Hace algunos años, durante un desayuno con algunas amigas, tuve un momento reflexivo. Una señora que ya era abuela estaba muy atenta escuchando nuestra conversación sobre lo maravilloso que era que nuestros maridos nos ayudaran a cuidar a los niños. Cuando se levantó de su mesa para retirarse del lugar, se acercó a nosotras y nos pidió permiso para darnos un consejo que a todas nos sacudió un poco; nos dijo: "Mientras no dejen de decir que sus maridos 'les ayudan' a cuidar a los niños, ellos no van a saber lo que es trabajo en equipo".
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Todas nos quedamos impactadas ante tal comentario, solo nos miramos y se hizo un silencio incómodo que nos dejó a todas pensando. Como podrás notar, fue el tema de conversación del resto del desayuno y pues nada, las cosas en mi forma de ver la paternidad cambiaron un poco después de esa reflexión. Aquí te cuento el reto que represento para mí el hecho descubrir que él no ayudaba, sino que era parte del equipo que formábamos.
Cuando mi esposo llegaba a casa después de un día laboral, lo primero que hacía era quejarme de lo difícil que había sido el día con los niños.
Era como un mal hábito, yo creía que le estaba expresando mi sentir ante la presión del día porque entre mi trabajo y las labores domésticas, yo acababa agotada, rendida y en el fondo quería que él se involucrara más pero no estaba siendo nada clara al decirlo, solo le enviaba el mensaje de mi cansancio a ver si el se daba cuenta y tomaba la decisión de participar un poco más en las cuestiones referentes a los niños. Algo así como un mensaje entre líneas que quería que entendiera.
Le daba un doble mensaje porque a pesar de que quería que se involucrara más, al mismo tiempo no se lo permitía.
Me sirvió mucho observarme y ser objetiva conmigo misma, lo primero fue que decidí dejar de quejarme, dicen por ahí que el que se queja y no hace nada para solucionar algo, pierde el derecho de quejarse y ese es un lema que siempre me recuerda que en la vida hay que buscar soluciones, así que descubrí que en el fondo yo estaba siendo acaparadora de la crianza de mis hijos porque cuando el quería involucrarse más, yo le daba mensajes sutiles y a veces muy directos de que como el casi no estaba en casa, pues no sabía el manejo claro del hogar y las actividades de los niños, o de que el no sabía como hacer tal o cual cosa. En fin, fui objetiva y descubrí que le pedía participación, pero cuando lo hacía o lo intentaba, yo lo descalificaba.
Decidí soltar el control y decidí dejar de bloquear sus intentos por colaborar.
Si te soy honesta me costó un poco de trabajo hacerlo, sentía que, en lugar de simplificarme el trabajo, me lo complicaba más, sentía que ponía desorden en mi orden y sentía que el no lo iba a lograr hacer de la misma forma que yo quería que se hiciera. Por supuesto que no iba a ser como yo quisiera, cada uno tiene su personalidad y sus rutas para llegar a una meta. Se trata de ser un equipo que se complemente en la labor de ser papás no se trata de tener divididos los roles desde las costumbres sociales y culturales que delimitan lo que debe hacer una mamá y un papá y quitarme esos paradigmas me llevó un tiempo, pero lo fui logrando poco a poco.
Acepte la idea de que mi esposo tenía el derecho de participar a su manera.
Acaparar la crianza nunca fue mi intención consciente, sin embargo, en el fondo lo estaba haciendo así. Para él era muy complicado entender cuando tenía que involucrarse y cuando no y muchas veces llegó a decirme que yo lo confundía y que no me entendía, a veces se frustraba un poco y me decía: Si me mantengo al margen para ti está mal y si intervengo también esta mal, ¿Quién te entiende? Y tenía razón porque no estaba siendo clara, congruente y consistente con lo que le pedía así que hable conmigo misma, decidí ser justa con mi esposo y con mis hijos y le permití fluir en la crianza como el lo considerara mejor, dejando de bloquearlo o de meterme donde no me llamaban cuando él tenía intentos de acercarse de forma diferente a nuestros hijos.
Cuando vi la forma en cómo se vinculaba con nuestros hijos y cómo ellos disfrutaban la convivencia, dejé de preocuparme.
Era tan perfeccionista que sentía que, si las cosas no las hacía de la forma en la que los chicos estaban acostumbrados, iba a desorientarlos o iba a desacomodar los límites que ya estaban establecidos en casa. Sin embargo, cual fue mi sorpresa que eso no pasó, hasta ahora no ha pasado ya que mis hijos siguen teniendo muy claras las normas a las que se deben apegar en casa e incluso no hay que recordárselas en cada momento. Mis hijos comenzaron a acercarse más a él, a platicar más con él y atenerle más confianza. Dejé de utilizar la estrategia tan tradicional de decirle a mis hijos:” le voy a decir a tu papá que…” como si el fuera la figura del ogro o el único que puede poner orden como militar.
Ambos somos figuras de amor, ambos podemos poner los límites y ambos podemos unificar la forma en cómo criamos a los niños.
Es una labor de equipo, una labor de dar y recibir amor, una labor de acordar entre ambos las fronteras que necesitamos colocar a nuestros hijos para que crezcan con vínculos sanos, con valores y con motivación para ser mejores, criarlos es una gran responsabilidad porque sabemos que gran parte de su futuro y de lo que ellos siembren en el mundo como su granito de arena, depende de la forma en cómo los criemos y si estamos juntos en este camino de ser padres, pues que mejor.