Cuando escuché al piloto decir la frase “Bienvenidos al aeropuerto internacional de la ciudad de México” se me enchinó la piel y se me salieron un par de lágrimas. Yo sé que suena de lo más cursi pero es verdad.
Ya me urgía venir a mi país.
Tenía muchos meses de no venir por el tema de la green-card (toda una saga que otro día les contaré) lo cual me obligó a quedarme en NY durante las vacaciones navideñas, mismas que en algún momento había planeado pasar en el DF con toda la familia, empezando por mi abuela.
La realidad es que sabía que extrañaba mi país, pero no sabía cuánto.
Una vez que aterrizamos en esta ciudad contaminada, inmensa, caótica y bellísima fue que suspire pensando,
– ¡Ay! México como te extrañaba…
Una vez que nos bajamos del avión con muchos esfuerzos, llegamos corriendo a migración Juliana, Diego y yo. Los tres teníamos mucha emoción porque encima llevábamos un mes de no ver a mi esposo y su santo padre (lo de santo es broma) así es que nos corría mucha prisa por salir de ahí.
Una agente aduanal muy amable nos recibió y le entregué pasaportes y las tres formas de entrada al país. Me dijo,
– Tu hijo necesita la forma de extranjero.
Uf. Es verdad ese pequeño detalle. A mi hijo Diego que tiene dos años, todavía no lo hago mexicano y la única identificación que tiene es su pasaporte azul, mismo contrasta mucho con los otros dos pasaportes verdes, con el escudo nacional.
La agente sonrió amable y me dió otra forma que procedí a llenar de volada. Se la entregué y me dijo,
– A ver a ver, mira que pusiste en la nacionalidad.
Había escrito nacionalidad: mexicano.
La agente muy simpaticona me dijo:
– A este niño tú lo verás mexicano, pero hasta que no lo nacionalices tienes que ponerle su única nacionalidad actual.
Mi hija Juliana le dijo,
– Diego es americano.
La mujer sonriente le dijo a Juliana,
– Tú también eres americana. Todos los mexicanos somos americanos porque el continente donde vivimos es América. (Esto es algo además que yo siempre le apunto a los norteamericanos)
Y prosiguió,
– Tu hermano es estadounidense, los “gringos” se creen que ellos son los únicos americanos y están equivocados.
Este intercambio de palabras con la agente migratoria, es parte de las cosas que tanto me gustan de mi país, y además de toda su amabilidad, paciencia y lecciones dadas a mi hija, tomó una nueva forma de entrada y me dijo que mejor ella la llenaría por mí, pues se veía que yo estaba “un poquito acelerada” (Lo de poquito lo dijo por educada).
Cuando acabó de llenar dicha forma, me regresó mis pasaportes y me dijo,
– Nacionaliza a ese Diego, no se lo vayan a llevar a una de las guerras ridículas a los dieciocho.
“Ni Dios lo mande” le respondí sonriendo.
Tenía años de no usar esa expresión.
En fin… Bienvenida a México.
Amo mi país.
Imagen vía bondidwhat/flickr