Confieso que cuando vi el vídeo de Justin Kievit, un atleta de 13 años, dejar que Jared Stevens, otro adolescente también de 13 años, le ganara en un encuentro de lucha en su escuela secundaria, se me salieron las lágrimas.
Llamé a mi hijo de 11 años y lo vimos juntos. También a mi chiquito se le aguaron los ojos. Y es que Jared Stevens tiene parálisis cerebral y por lo mismo tiene la movilidad que tendría un bebé de 6 meses.
En el vídeo, que está causando sensación en internet, se ve como el réferi acuesta a Jared, quien apenas puede mover un brazo, en el piso del gimnasio de la Sunset Middle School en Nolensville, Tennessee. Cuando comienza el encuentro, Justin simula que su inmóvil contrincante lo vence frente a la algarabía de todos los que se dieron cita en el recinto deportivo.
Me conmovió ver cómo quedó representado el verdadero espíritu deportivo y cómo un adolescente de 13 años pudo calzar los zapatos de otro muchacho físicamente inferior, en un gesto valiente y solidario que sin duda es una inspiración para todos los que tenemos hijos, sanos o no.
Ese minuto o quizás minuto y medio en la vida de Jared, quien a pesar de su inmovilidad no tiene problemas de desarrollo intelectual, sin duda marcó la diferencia.
Jared "entrena" con el equipo de su colegio pero, como es natural, nunca había podido competir. Los "contrincantes" no se conocían, apenas se dieron la mano antes de que el match comenzara, por lo que es evidente que la actuación de Justin es absolutamente espontánea.
No mucha gente se siente cómoda tratando con niños y personas con alguna dificultad de este tipo. La lección de humildad que nos dio Justin se pierde de vista y creo que su mamá y su papá han de estar muy orgullosos del hijo que están criando.
El mensaje que transmite su gesto es que no hay que tener miedo, hay que arriesgarse y lo importante no es ganar sino lo que podamos aprender y disfrutar en el intento.
No pude evitar pensar en un niño maravilloso que tuve la oportunidad de conocer el verano pasado. Tenía 4 años y un problema motor que hacía que se tropezara y cayera con frecuencia. Después de que lo aceptaron en el campamento de verano al que asistían mis hijos, el primer día la psicóloga le dijo a la mamá del niño que era muy complicado tenerlo, porque había que prestarle demasiada atención y ella no tenía el personal.
La mamá aceptó el reto y adivinen qué: al cabo de una semanas, esta personita que era el más pequeño de todos los niños que asistían al campamento era también el más popular, -y en particular mi hijo-, quien por entonces tenía 10 años, se convirtió en su ángel guardián, en una especie de hermano mayor para que el chiquito disfrutara su camping. No hizo falta que los adultos mediaran. Y una vez más los niños, como en el caso de Jared y Justin, nos dieron una lección…
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Imagen vía YouTube