Recuerdo como si lo estuviera viviendo hoy, lo que estaba haciendo aquel fatídico 9/11 de 2001 cuando el vuelo 11 de American Airlines, un Boeing 767, se estrelló en la Torre Norte del World Trade Center en Nueva York. Eran casi las 9 de la mañana y estaba en mi oficina en Caracas. Estaba embarazada de 6 meses de mi primer hijo y cuando sintonicé CNN no podía dar crédito a mis ojos.
El desconcierto nos embargó a todos. Ni mis compañeros de trabajo ni yo entendíamos lo que estaba pasando. Cuando otro Boeing 767 identificado como el vuelo 175 de United Airlines se estrelló 17 minutos más tarde contra la Torre Sur, comprendimos que no se trataba de un accidente sino de un ataque terrorista. Luego vino el colapso de las torres y el ataque al Pentágono.
A más de 2.100 millas de distancia me sentí vulnerable. Cuando logré comunicarme con mi hermana, quien por entonces batallaba con el cáncer en Fairfield, Connecticut, respiré. Periodista al fin, no podía despegarme del televisor. La angustia, la impotencia, el no entender, el ver aquel caos y el sur de Manhattan envuelto en una humareda y tapiado por las cenizas, provocó en mí la más inesperada de las reacciones.
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Me fui de compras. Embarazada primeriza al fin, ya el cuarto y el clóset de mi bebé estaban más que equipados. No obstante, mi primer impulso para tratar de evadirme de una realidad que no quería aceptar fue ir a comprar de todo: juguetes, ropita de bebé y hasta pañales y leche formulada para recién nacidos: me aterrorizaba que el ataque fuera el comienzo de una guerra mundial y quería aprovisionarme.
Ya de regreso a mi oficina traté de comunicarme con mis amigos en Nueva York. A fin de cuentas fue allí donde estudié y pasé unos años maravillosos en mi época de la Universidad de Columbia.
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Por años, cada vez que iba a Nueva York evitaba pasar por Ground Zero. Superé el miedo y por fin fui en mayo de 2010. Lloré. No lo pude evitar. Lloré por los caídos y por ese día que nos cambió la vida a todos. Ahora que tengo mis dos hijos y que vivimos "en América" conmemoramos esta fecha triste, rezamos por las víctimas, los bomberos, los policías, los voluntarios y damos gracias infinitas a Dios por la capacidad infinita de este gran país que se levanta de sus cenizas y sigue adelante.
Once años más tarde creo que el legado más importante del 11 de septiembre es que la libertad no se negocia y ni el más cruel de los adversarios, ni el más vil de los actos terroristas puede cambiar la esencia de este gran país. God Bless America!
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Imagen vía 9/11 Photos/flickr