¿Te ha pasado que de repente te da hambre cuando no hace nada terminaste de almorzar? ¿O que de pronto quieres merendar aunque todavía no sea la hora de la merienda? ¿O que ya estás en tu cama, con los dientes cepillados y lista para dormir y de repente sientes la imperiosa necesidad de ir a la cocina y meterle una cuchara al tarro de Nutella? No estás sola. Todas hemos sufridos de este tipo de hambre repentina y las razones que la ocasionan son múltiples.
A mí me pasa a cada rato y leyendo este artículo me di cuenta de que he estado cometiendo algunos errores que se traducen en ansiedad y un hambre repentino, no importa lo que haya comido. Así que llegó la hora de poner manos a la obra para recuperar y mantener nuestras figuras, sin caer en la tentación del hambre repentina que nos hace comer sin pensar siquiera en lo que estamos comiendo. ¿Te animas?
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Eres adicta a la soda. Cuando era estudiante en Nueva York, descubrí que nada como la Coca-Cola para mantenerme despierta. Como las sodas y en especial las colas negras tienen cafeína, me hice adicta. Como era tanto lo que tenía que estudiar, alternaba soda y café. En paralelo disminuí mi consumo de agua. Como mis sodas eran de dieta y el café me lo tomaba con edulcorante artificial, el consumo de calorías era prácticamente nulo y como resultado, pues siempre tenía apetito. Aunque no ingería calorías, al cerebro llegaban las señales de que las calorías venía en camino y de ahí el hambre repentina. Lo atribuía al estrés de los estudios. Pero recientemente hice un experimento: dejé de tomar soda y aumenté mi ingesta de agua y de verdad tengo menos hambre.
No tomas suficiente agua. Enlazado con el punto anterior, te digo que si no tomas suficiente agua, no te estás ayudando mucho que se diga. He optado por tomarme un vaso de agua antes de cada comida y me siento satisfecha con menos cantidad de alimento. Incluso en mi mesita de noche siempre tengo un vaso de agua a mano y si me despierto a medianoche, me tomo un par de sorbos y sigo durmiendo. Nada de irme a la cocina a buscar lo que no se me ha perdido.
Te olvidas del desayuno o tu desayuno es pobre. Si eres de las que no desayunan, cometes un gran error y además a media mañana estarás trepándote por las paredes del hambre. Yo estoy convencida de que el desayuno, y no la cena, es la comida más importante del día. Y ahora tengo la evidencia científica que me da la razón. Un estudio de la Universidad de Cambridge da cuenta de que un buen desayuno reduce los antojos de comida durante el resto del día. Si además el desayuno es rico en proteínas (huevos, queso, leche, salchichas) tanto mejor.
No comes suficientes carbohidratos. Hay quienes en su afán de perder peso, optan por una dieta con un consumo mínimo de carbohidratos. Y resulta que los hidratos de carbono cumplen una función y proveen al organismo de energía rápida. Si los eliminas de tu dieta, te sentirás cansada y te dará hambre más rápido. Reduce el tamaño de las porciones de carbohidrato (pastas, panes, arroces), pero no las elimines.
No estás durmiendo suficiente. Sé esto por mis hijos: cuando en verano o época de vacaciones, los dejo que se acuesten a la hora que quieran, comen como muertos de hambre. Y es que claro, si cenas a las 7 de la noche y son las 10 y todavía no estás durmiendo, es normal que vuelvas a tener apetito. Dormir tus horas completas en necesario para que no te den esos súbitos ataques de hambre.
No estás comiendo suficiente ensalada. Para mí no hay almuerzo ni cena si no viene acompañado con una buena ración de hojas verdes. Tengo la teoría de que eso hace que coma menos. Si le pongo un poquito de aceite de oliva y espero antes de comer el plato principal, algo ocurre en mi organismo que de verdad como menos. Así fue como me quité 14 libras en dos meses. Pero además las hojas verdes tienen vitamina B, ácido fólico y son buenísimas para prevenir la depresión, la fatiga y el aumento de peso. Acostúmbrate a comerlas por lo menos dos veces al día y verás cómo disminuye la ansiedad por comer entre comidas.
Te va a venir la menstruación. Lo tengo más que comprobado. En la semana previa a mi período menstrual, me entra un hambre desmedida e incontrolable. Llámalo hormonas, estrés premenstrual, o como quieras. Lo cierto es que una vez que me llega la que te conté, el hambre disminuye. Así que no te pongas demasiada presión y fluye. Luego cuando te alivies verás que también comerás menos.
Comes muchos enlatados. Oído al tambor: la comida enlatada tiene una sustancia que se conoce como BPA, que provoca sobrecargas de leptina lo que, según un estudio de la Universidad de Harvard, hace que se produzcan los tales antojos, la gente coma más y en muchos casos se hagan obesos. ¡Susto! Creo que es mejor reservar los enlatados para las emergencias, cuando nos vamos de campamento o cuando de verdad estamos apuradísimas y no nos queda más remedio. Además, los enlatados tienen un altísimo contenido de sodio y el sodio hace que retengas líquido.
No tomas té. Yo soy de café, no de té y cuando tomo té, es de menta. Pero un estudio del American College of Nutrition demostró que la gente que toma té negro después de comer carbohidratos, experimentan una disminución de 10% en los niveles de azúcar en la sangre y se mantienen por más tiempo satisfechos y sin experimentar los benditos antojos. Dicho esto, creo que vale pena que nos tomemos un tecito de vez en cuando.
No tienes nada que hacer. Mi abuelita decía que la ociosidad era la madre de todos los vicios. Cuando no tienes nada que hacer ni en qué entretenerte, empiezas a pellizcar lo que haya en la cocina. Un estudio hecho en Australia demostró que la gente que está distraída, o es estimulada visualmente tiene menos antojos. Así que a combatir el aburrimiento. Ponte a tejer un chal, o una bufanda para regalar en diciembre. Lee un libro. Sal a caminar. Cualquier cosa con tal de no quedarte en la casa mirando al techo y pensando en qué comer para combatir el aburrimiento.
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