En otras notas te he contado que una de las herencias de la educación tradicionalista son los estilos de crianza basados en las muestras de dominio y poder jerárquico desde mensajes como: “tienes que obedecer” y “aquí mando yo”. Los gritos y el maltrato psicológico formaban parte de algo que se normalizó durante muchos años. Aunque eso no quiere decir que los padres no debamos ser una figura de autoridad para nuestros hijos siempre y cuando se encuentre el equilibrio adecuado entre los límites sanos y la permisión. Sin embargo, el tiempo ha avanzado y las investigaciones también. Las formas de crianza basadas en la agresividad verbal permanente genera consecuencias que no son convenientes en el desarrollo de la salud física y emocional de los hijos. Es por ello que aquí te comparto algunos efectos.
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Cuando los padres le gritan a sus hijos, además de los efectos emocionales, también hay efectos en el cerebro. Es que el mecanismo de supervivencia se detona inmediatamente cuando un grito o amenaza es percibido como algo peligroso. De acuerdo con la neurociencia, eso de inmediato tendrá implicaciones bloqueando las zonas cerebrales encargadas de las respuestas creativas de tus hijos.
Por otro lado, es algo que también lesiona el vínculo afectivo y que puede tener efectos a largo plazo ya que se puede crear una relación basada en el poder y el sometimiento, más que en el respeto y la confianza. Es por ello que, quizá parezca resultar una técnica útil en el control de la conducta, pero jamás será una estrategia funcional para la crianza saludable.
Al ser un grito con una clara intención intimidatoria, puedes generarles sentimientos de inferioridad.
Cada vez que intentas manejar la conducta de tu hijo queriendo mantener todo bajo control desde el poder y mostrándole que tú eres la que manda, estás canalizando tus emociones de forma inadecuada ya que además de buscar que “se porte bien”, también se convierte en blanco de tu desahogo o descarga emocional hasta que quizá llegas a un punto en el que no te puedes controlar, a la vez que lo intimidas.
Al gritarle o amenazarle le enseñas que son las únicas formas de relacionarse con otros.
No olvides que todos los niños aprenden por imitación. Además, para ellos tú y papá siempre serán los referentes en cuanto a las formas de actuar en el mundo exterior. Si en casa tienen normas de respeto y tanto tú como papá aprenden a gestionar sus emociones de forma adecuada, tus hijos comprenderán que la agresión verbal es un camino poco saludable que en otros entornos les traería muchos problemas en la convivencia y en la interacción.
Pueden tener dificultades en su rendimiento escolar.
Debido a que están en un constante estado de alerta, los niños que viven bajo las agresiones verbales tienen dificultades para concentrarse y tener buen rendimiento escolar. Todo el cortisol que también es conocido como la hormona del estrés se desencadena y provoca efectos en los procesos cognitivos que impiden que tengan un aprendizaje adecuado. Además, los efectos emocionales también pueden llevarlos a la apatía y falta de motivación en el colegio.
Pueden tener un concepto muy distorsionado de lo que implica el respeto como práctica de vida.
Los valores se practican en el día a día y van mucho más allá de ser solo un concepto. Cuando hablamos del respeto tus hijos pueden saber que implica conductas constructivas y empáticas. Sin embargo, cuando son educados bajo la amenaza o el grito hay una incongruencia sutil ya que comúnmente los padres suelen pedirles respeto desde una comunicación agresiva y desde ahí comienza la confusión ya que el respeto va de la mano de la armonía y de asertividad, mas no desde la agresión o violencia.
El miedo puede convertirse en el motor de sus relaciones.
Cuando son pequeños se están programando para la vida desde las creencias funcionales aunque también desde las creencias disfuncionales. No hay filtro, así que pueden generarse una idea equivocada de que el amor es agresión verbal y eso sería incongruente. Es importante que si tú viviste bajo una crianza basada en los gritos, no lo normalices y seas consiente de las posibles secuelas que a ti te trajo, entre ellas, repetir este patrón de crianza. Es importante que como madres quitemos toda venda de los ojos ya que hoy día hay más información y alternativas para una crianza respetuosa.
Gritar y amenazar con frecuencia implica que la comunicación es en una sola dirección y no se establece una verdadera conexión.
Tu hijo puede sentirse totalmente desvinculado emocionalmente de mamá o papá cuando es la única forma de comunicación que se establece. Esto implica que se espera que el niño sea quien se adapte a las necesidades de los adultos, sin tomar en cuenta que el que sea niño no le quita que también tiene necesidades y emociones. En realidad, la responsabilidad de nosotros como padres y madres implica lo contrario. Somos nosotros quienes vamos moldeando su conducta tomando en cuenta su esencia y sus necesidades. Para ello es necesaria la conexión genuina y desde los buenos tratos.
Los gritos pueden incitarlo a que se convierta en un niño violento.
Debido a que pueden estar en un modo continuo de supervivencia, los niños pueden tener tres tipos de reacciones ante el miedo: huir, atacar o paralizarse y estas son manejadas por el instinto. Si tus hijos tienden a desarrollar un estado defensivo es posible que se sientan atacados sin serlo y por lo tanto elijen el camino de la violencia generalizando esto como una solución a su miedo y utilizándola como estrategia instintiva en todas sus relaciones de vida. Es aquí cuando la cadena generacional sigue el mismo curso y alguien debe romperla.
Los gritos y las amenazas funcionan solo cuando las figuras de autoridad están presentes.
Esto significa que si quieres que tus hijos sigan las indicaciones, sean obedientes y tengan disciplina, puede que los gritos funcionen cuando tú o papá están presentes. Sin embargo, puede que cuando no estés ya no sientan el miedo que controla su buen comportamiento y por lo tanto se vuelvan desobedientes, les cueste trabajo seguir las normas o incluso se rebelen ya que no hay una figura que provoque temor. Pueden llegar a pensar: “si no me gritan no obedezco”.
Crecen con la herida de la humillación.
Lamentablemente, toda forma de crianza tiene consecuencias emocionales futuras y la huella de los gritos y amenazas en las formas de trato se convierte en una herida basada en una sensación permanente de humillación que a su vez se puede convertir en una auto profecía cumplida en la adultez si no se resuelve. Esto implica que se puede ver rodeado de situaciones o personas donde se sienta agredido y atacado por lo que puede vivir en un constante estado defensivo o de sobre adaptación ante las circunstancias del entorno.
Pueden ser susceptibles a conductas de acoso escolar por parte de otros.
Debido a la falsa percepción que tienen con respecto a las formas de relacionarse, puede que esto tenga impacto en su interacción social. Pueden desarrollar una personalidad temerosa y permitir los malos tratos de otros compañeros e incluso incitándolo, considerándolo como algo natural en su vida ya que es una dinámica a la que se han adaptado y por lo tanto no saben que pueden y tienen el derecho de poner límites y frenar las conductas abusivas de los otros.
Pueden convertirse en los acosadores del colegio cometiendo actos de abuso de poder con los más débiles.
Depende mucho del temperamento de tus hijos y así como en todo extremo tanto pueden permitir el abuso de poder o ser ellos quienes practiquen dichas conductas convirtiéndose en acosadores escolares practicando lo aprendido sobre los gritos y amenazas. De esta forma, pueden sentir de manera no consciente que equilibran la balanza bajo la creencia falsa de que hay fuertes y débiles y que hay que mostrar poder agrediendo para no ser agredidos.
Los niños pueden sentir que no son dignos de amor.
Los gritos y las amenazas definitivas son una forma desesperada y llena de frustración en los procesos de crianza. Los padres y madres son los adultos y en estas etapas de la vida todos contamos ya con la capacidad de gestionar nuestras emociones eligiendo el camino adecuado para hacer una descarga sana. Cuando los niños sienten que son fuente de descarga de todas las frustraciones adultas, su autoestima puede verse dañada de muchas maneras y por lo tanto pueden sentirse poco dignos del amor de sus padres.
La violencia verbal permanente en la formación de un niño puede afectar el desarrollo estructural de su cerebro infantil.
Como te lo comenté al inicio de esta nota, las consecuencias no solo son a nivel afectivo y emocional sino también en el desarrollo cerebral de tus hijos y un estudio hecho en la Escuela de Medicina de Harvard lo comprobó arrojando resultados muy importantes al respecto ya que se detectó que había desconexión cerebral en las zonas relacionadas con el estado de ánimo. Además de ciertas alteraciones en lo que es conocido como cuerpo calloso del cerebro. Esto produce dificultades en los procesos de autorregulación emocional.
Los niños que se crían en hogares conflictivos donde predomina la violencia verbal pueden desarrollar ansiedad.
Los problemas de ansiedad se detonan debido a que los pequeños pueden tener mecanismos deficientes de afrontamiento ante el estrés. Al entrar a la adolescencia o ya siendo adultos pueden desarrollarse ciertos Trastornos de Ansiedad Generalizada debido a su historia de vida familiar. Por otro lado, los procesos de gestión emocional también son deficientes ya que el miedo permanente altera las zonas de su cerebro relacionadas con las emociones.
Con los gritos y amenazas te impides la oportunidad de crear un lazo amoroso y de común acuerdo con tus hijos.
Las etapas del desarrollo pasan muy pronto y es muy enriquecedor cuando te das la oportunidad de crear un vínculo sano con ellos. Aunque tu intención es la mejor porque sólo quieres educarlos y formarlos, no te das cuenta de que al mismo tiempo y sin querer, estás deformando su personalidad. Los efectos serán a corto y largo plazo. El amor no está exento de poner límites, no se trata de que seas su amiga porque siempre serás su madre o padre. En realidad se trata de que pongas límites amorosos.
