Yo siempre estuve convencida de que cuando llegara el momento de hablar con mis hijos sobre temas de sexualidad, iba a estar totalmente preparada. Me consideraba una mamá muy moderna y sobre todo super convencida de que era capaz de abordar temas importantes y delicados sin ningún tabú y con toda la naturalidad del mundo. Sin embargo, cuando llegaron las oportunidades para hacerlo, me llevé una gran sorpresa porque mi subconsciente me traicionó ya que comencé a tener conductas un tanto retrógradas diría yo, como si estuviéramos en tiempos de mi abuelita, repitiendo acciones que durante mucho tiempo juzgue e incluso consideraba absurdas de las generaciones anteriores a la mía. En esta nueva edición de mamás sin filtros, te voy a platicar como estas conversaciones que son tan necesarias durante la adolescencia, se convirtieron en un gran reto para mí.
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Estoy convencida de que siempre habrá una primera vez en los cambios de etapa de mis hijos y por más que crea que estoy totalmente preparada para ello, seguro me encontraré con algo que me tomará por sorpresa y que tendré que afrontar conmigo misma. No soy ni seré la madre perfecta, soy la madre que intenta ser la mejor versión para mis hijos, aunque en el camino habrá momentos donde tendré que buscar en mi interior para enfrentar mis propios miedos, mi historia, mis creencias, mis prejuicios y mis inseguridades y aquí en Mamás Sin Filtros, te comparto cómo lo fui afrontando desde mi propia trinchera para que nos quede de consuelo de que no todas las madres somos esas madres perfectas que tienen todas las soluciones a la mano.
En pleno siglo XXI me descubrí con tabúes en temas de sexualidad.
El día que me di cuenta de esto fue viendo una película con mis hijos que comenzó con una escena sexual y ante la cual reaccioné con intentos de evasión y actuando de forma muy extraña. De manera disimulada intenté que mis hijos se distrajeran de la pantalla y no pusieran atención a ese momento, poco me faltó para taparle los ojos a mi hijo como lo hacía mi abuela conmigo cuando veíamos juntas alguna telenovela de la televisión y eso que en aquellos tiempos ese tipo de escenas solo se enfocaban en besos en la boca y nada más. Obviamente mi hija se extraño bastante con mi actitud y mi hijo se confundió al verme tan nerviosa, fue un momento incomodo y chusco al mismo tiempo.
Me di cuenta de que me estresaba hablar del tema.
A pesar del momento cómico de esa tarde, me quedé muy pensativa con respecto a lo que estaba pasando conmigo ya que en el fondo estaba postergando el hecho de hablar de temas que tenía que abordar con ellos. En primer lugar, porque están en la adolescencia y sus hormonas están disparadas, en segundo lugar, porque mi hija ya tiene un novio con el que pasa mucho tiempo y es necesario que tenga información clara sobre la sexualidad y en tercer lugar porque mis padres jamás me orientaron sobre este tema tan importante y yo misma sé lo necesario que es tener la comunicación y confianza adecuada con los padres para no verlo como algo malo y tener una vida sexual responsable.
Me angustié mucho cuando mi hija me compartió que tiene novio.
Mi forma caótica de ver la adolescencia y de relacionarla inmediatamente con los cambios hormonales, con curiosidades sexuales, con cambios del cuerpo, con embarazos no deseados, con temas delicados, con enfermedades de transmisión sexual, me hizo darme cuenta que mi cabeza es un nudo de ansiedades que me impedían ver que estaba teniendo un serio problema de afrontamiento ante el hecho de que mi hija estaba creciendo y que enfocar su cambio de etapa en los peores escenarios no era la mejor forma de manejarlo conmigo misma así que tenía que aprender a manejar mi ansiedad y mi estrés por el bien de la comunicación y la confianza entre madre e hija.
Era indispensable crear un clima de confianza.
Cuando mi hija me dio la noticia de que tenía novio y me enseño su foto muy feliz y contenta, yo no pude disimular mi miedo y aunque no me dijo nada, estoy casi segura de que lo notó porque mi respuesta fue de entusiasmo, pero a la vez con una cara de preocupación que no pude disimular. Ella me buscó con confianza para compartirme un momento importante para ella y yo en lo primero que pensé era en que tenía que estar más alerta cuando en realidad debí conectarme emocionalmente con ella. Y no es que me haya llenado de sentimientos de culpa, porque flagelarme no me serviría de nada, en realidad decidí tomar ese momento de conciencia y autoobservación para comenzar a hacer cambios en mi interior.
Cometí un gran error y me convertí en espía.
Mis miedos me llevaron a ser muy perseguidora con mi hija, le llamaba a cada rato al celular, le pedía todo el tiempo pruebas de su localización, la espiaba detrás de la puerta de su habitación e incluso llegué a vigilarla a lo lejos sin que ella se diera cuenta. Después me di cuenta de que ese era un camino equivocado, ¿Por qué y para qué hacer eso? Era absurdo, era como si yo estuviera esperando que me mintiera, no estaba confiando en ella ¿y cómo hacerlo si no había hablado directamente del tema para hacer acuerdos con ella? Decidí platicar con ella y con mi hijo también, darles información y hacer ciertos pactos de confianza con la intención de que fueran responsables con su despertar hormonal y sexual.
Busqué información, orientación y calma.
Investigar un poco en libros especializados, buscar algunas conferencias de expertos en la red, hablar con mi ginecóloga para recibir orientación de primera mano e incluso hablar con amigas que estaban atravesando por una situación parecida a la mía me relajó y sobretodo me dio un norte en la brújula. Además de que me di cuenta de que no era la única que tenía dudas e incluso un poco de prejuicios con el tema, decidí quitármelos con información adecuada y aprendiendo a ver las cosas de manera natural. Era importante quitar de mi cabeza esa idea de que darles información demás iba a despertar sus curiosidades, ese es el peor de los prejuicios que decidí retirar por consejo de mi ginecóloga.