
Recuerdo que la primera prenda de vestir que tuvo mi hija, se la compré apenas varios días después de enterarme de que estaba embarazada. Era un mameluco de tela aborregada color verde menta con la linda cara de un conejito en el frente. Como sabía que daría a luz en el invierno, quise comprarle algo calientito. Fue la primera vez que me sentí como una mamá.
Compré mucha ropa de bebé durante esos meses de espera. Además, como iba a ser la primera nieta por el lado de mi familia y, por el lado del papá, son unos regalones, acabó teniendo un guardarropa completo meses antes de que hiciera su aparición. De hecho, ya tenía el armario repleto antes de que ni siquiera supiéramos si iba a ser niño o niña.
Había oído hablar del instinto de anidación, pero estaba bien segura de que a mí no me pasaría. A pesar del hecho de que me crié con una mamá que preparaba ella misma el pan dulce y las empanadas y que siempre tenía la casa inmaculada, el gene de ama de casa de alguna forma se saltó mi generación (o al menos a mí). ¡Pero cuán equivocada estaba! Más o menos para mi sexto mes de embarazo, comencé a sentir la necesidad de hacer que todo estuviera impecable. Cada vez que veía todas esas adorables prendas de vestir tan pequeñitas, lo único que deseaba era ponerme a lavar ropa.
Todo lo nuevo que le iba comprando lo doblaba cuidadosamente y lo guardaba en el último cajón de su cómoda nueva. Cuando el cajón se llenó, puse a lavar una tanda con todas esas cositas hermosas. Por suerte, una amiga me recomendó el detergente para ropa Dreft y pude lavarlo todo con un producto que fuera suave para la piel. Cada vez que metía la ropita en la lavadora para que estuviera lista el día en que la fuera a usar, me parecía que ya estaba cuidando bien de mi bebé, porque le estaba lavando la ropa con el detergente que los pediatras consideran número uno. No quería que nada que no fuera lo mejor tocara una piel tan delicadita.
Su nacimiento fue algo maravilloso, por supuesto, pero también me hizo abrir los ojos. No solo iba vaciando velozmente los cajones de ropa limpia, sino que tampoco era que las prendas quedaran muy inmaculadas luego de usadas. Sin embargo, una de las cosas que más me ayudó durante esos primeros meses de locura fue saber que podía seguir contando con el detergente Dreft para eliminar las manchas de una manera sorprendente, considerando lo suave que es en la piel de mi hija. Ahora ya está mayorcita, pero me sigo sintiendo muy complacida con la forma como cuido a mi bebé cuando le lavo la ropa con Dreft. A pesar de que ya no es una recién nacida, se la sigo lavando con Dreft, porque hace que huela como si todavía lo fuera y me hace recordar esos primeros meses maravillosos de preparación del nido. ¡No hay nada que me guste más!
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