Hace pocos días una de mis amigas se peleó a gritos con su hermana, quien argumentaba que su sobrina, es decir, la hija mayor de mi amiga, le había enviado unos mensajes a través de facebook bastante groseros. Mi amiga le preguntó a su hija adolescente y la niña juró hasta por la memoria de su abuelo –cosa que hacemos todavía los latinos- que ella no había insultado a la tía.
La cosa no paró ahí, ambas hermanas se encontraron en casa de un familiar y empezaron a insultarse y a reprocharse. Pero mi amiga enmudeció cuando su hermana le mostró los mensajes que su sobrina le envió, que al parecer si estaban totalmente subidos de tono.
Tal y como si se tratara de una escena de telenovelas, mi amiga con lágrimas en los ojos, regresó a su casa y en un tono de madre desconcertada, le dio una cantaleta sobre la confianza, la sinceridad y la comunicación a su hija. Ambas lloraron. Mi amiga sentía que esa “mentira” podría ser el reflejo de algo más serio. La niña pensaba que la madre estaba descontrolada. En fin, después de tanto drama, salió a flote la verdad: quien había enviado los mensajes era el noviecito de la niña, a quien le cae muy mal la tía y decidió manifestar ésta y otras percepciones acerca de la hermana de mi amiga. ¿Cómo sucedió eso? Simple, los tortolitos adolescentes, como una señal de su amor intercambiaron todos los passwords de todas sus cuentas: las del correo electrónico y las de sus cuentas de las redes sociales. ¡Ah!, un detallito: la niña también le había dado su contraseña de la cuenta bancaria. Sí, esa donde tanto mi amiga, como su exesposo le depositan dinero para algunos gastos….
Estos jovencitos tenían menos de tres semanas juntos, cuando ocurrió este incidente. Aquí, vino el segundo capítulo de la telenovela: confrontar y entender por qué la niña le había dado las contraseñas a su amorcito. Le explicó a su madre que confiaba totalmente en este chico, con quien además tendría un noviazgo largo. Es más, estaban pensando aplicar a las mismas universidades (ella tiene quince años, así que todavía no es tiempo de ingresar a la educación superior). Una semana después terminaron. El tercer capítulo de la telenovela comenzó a grabarse: consolar a la adolescente, pero eso es algo de lo que podremos hablar en otro texto.
Acerca de la práctica de algunos adolescentes de compartir sus passwords como muestra de su amor, publicó un artículo The New York Times, en el que se menciona el riesgo que corren los jovencitos, sus allegados y sus conocidos por esta costumbre. De acuerdo al matitutino, algunos de los padres y consejeros encuestados, “muchas veces el daño ya está hecho, antes de que se puedan cambiar las contraseñas una vez más”.
Como padres, estamos en el constante dilema de darles libertad a nuestros hijos, de apoyarlos y de aupar su autoconfianza, pero ¿hasta deberíamos permitir el intercambio de conrtaseñas?, ¿sabremos que lo han hecho?
El artículo hace referencia a un libro publicado por Rosalind Wiseman, titulado “Queen Bees and Wannabes”, quien estudia cómo los adolescentes utilizan la tecnología y aconseja a los padres para guiar a sus hijos. La autora asegura que muchas veces el intercambio de contraseñas es algo en que -sobre todo las jovencitas- se sienten vulnerables y presionadas por los amigos.
En una columna sobe tecnología publicada por Sam Biddle, el escritor califica el intercambio de contraseñas como un nuevo modelo de intimidad. La pregunta es ¿cuán sano y seguro es permitir que nuestros hijos hagan esto?
¿Permitirías que tus hijos intercambien passwords con sus amigos?
Imagen via World Bank Photo Collection/flickr