Los sobrevivientes de una tragedia natural nos levantamos más fuertes

Cuando escuchaba las ventanas de mi casa crujir al resistirse a ser derribadas por la fuerza del viento de Sandy y sentía mis piernas temblorosas ante el temor de lo que pudiera pasarnos, a mi familia y a mí, no dejaba tampoco de pensar en Carmencita, esa valiente hondureña que eventualmente me ayuda en la invalorable labor de cuidar a mis hijos.

Horas antes de que Sandy desatara su furia en la costa noreste de Estados Unidos, Carmencita y yo, habíamos estado conversando.  Una vez más le dije que su diminuta estatura es inversamente proporcional a su valentía. 

Ella soltó la misma carcajada de siempre, diciéndome: "¡Ay, Vicky, usted y su tratalengua [trabalenguas]! Usted también es es una macha, con todo eso que vivió", replicó Carmen, recordando el episodio que vivió mi familia en diciembre de 1999, cuando el estado Vargas –donde vivíamos quedó sepultado en lodo-, durante la llamada tragedia de Vargas, donde murieron más de 100 mil personas, sin hablar de quienes perdieron todo, de quienes vimos nuestra vida quedar sepultada en lodo y perdimos nuestro pasado.

De alguna forma, Sandy y su ventarrón, sus grandes gotas chocando contra mi ventana, me conectaron con esos días. Vimos morir a nuestros vecinos – y lo estoy diciendo literalmente-, vimos desaperecer el vecindario donde crecimos. Perdimos mucho a nivel material, pero sobre todo perdimos afectos, seres queridos, cuya ausencia es irremplazable.  Por eso, entiendo en carne propia a quienes hoy amanecieron con una vida distinta a la que tenían ayer.  Aunque lo más importante –y lo digo con conocimiento de causa-  es que están vivos y mientras haya vida la esperanza y las fuerzas para reconstruir tu vida te dan valor para seguir adelante.

Y eso, se lo he dicho varias veces a mi amiga Carmencita, esa valiente hondureña que cruzó más de una frontera a pie, para llegar a Estados Unidos hace algunos años, cuando los aires de guerra aún soplaban fuerte en Centroamérica. LLegó sin nada y poco a poco se fue haciendo de sus "cositas". Un mueble hoy, una licuadora mañana y al cabo de unos años Carmencita tenía una vida hecha, un hogar – que por cierto sirvió de albergue a muchos amigos y familiares que fueron llegando de Honduras-.  Pero hoy, Carmencita está igual que hace unos años: sin nada.

Vivía en un pueblo de Nueva Jersey, situado como a veinte minutos de mi casa llamado Little Ferry, parcialmente inundado. Lamentablemente el sótano donde Carmencita vivía, estaba en una de las calles que más sufrió. Aunque hoy, cuenta entre sollozos que perdería todo con gusto otra vez, si con eso pudiera salvara a Ginebra, una salchicha que llegó a su vida hace cuatro años, que era su compañera.  Ginebra fue un regalo de Navidad que le dimos varias amigas, para ayudarla a mitigar su soledad.  Ginebra bautizó nuestro carro, vomitándose después que la llevamos a vacunarse.  Ginebra se desprendió de los brazos de Carmencita el pasado martes, cuando el agua con una fuerza abrumadora tumbó la pared de la casa.

Hoy Carmencita no encuentra consuelo, pero sabe que es momentáneo, sabe  -al igual que quienes hemos sobrevivido una tragedia natural-  que el dolor conjugado en primera persona después de una situación de este tipo no tiene comparación y que la vida de quienes somos tocados por una debacle de este tipo se conjuga en un antes y un después.

Pero un después que nos hace más humanos, un después que nos enseña a valorar cada minuto, cada sonrisa de un hijo.

Hoy abrazo más fuerte que nunca a los míos, por quienes temí  mucho el lunes y el martes. Una vez más sentí ese miedo desgarrador que se desarrolla ante la naturaleza enfurecida. Mi hermana Cathy me llamó por teléfono, ambas somos sobrevivientes de Vargas. Su angustia al otro lado de la línea era la de quien sabe que con la naturaleza no se juega.

Pero hoy estamos vivos, sin luz muchos de nosotros, sin agua, sin las comodidades a las que uno está acostumbrados, pero vivos, sanos y a salvo y eso es algo por lo que hoy y siempre le daré gracias a Dios, al igual que el hecho de que mi amiga Carmen –a pesar de su perdida- esté bien. Quienes hemos sido abatidos alguna vez por una tragedia natural, sabemos que siempre tendremos oportunidad de levantarnos, porque la vida y sigue y nosotros tenemos que seguir con ella.

Imagen vía Talk Radio News Service/flickr