Me dicen loca porque quisiera estar en Nueva York ahora

Cuando me enteré que el huracán Sandy iba a hacia la ciudad de Nueva York, mis emociones parecían subidas a una noria de la que no se podían bajar: alivio-angustia-culpa- alivio otra vez. Hace un año y medio nos mudamos del área,  hace apenas un mes vendimos nuestra casa.

La razón del alivio es obvia. No nos tocó. La angustia también__,__ después de casi 15 años en el área hay decenas de amigos por las que preocuparse. Mi hermana que vino a Nueva York a ayudarme cuando nació mi hijo menor, se enamoró, se casó y vive ahora con su marido y sus hijos al norte de la Gran Manzana.  La mayoría de mis compañeras en MamásLatinas también viven allí.

 

Pero la culpa, la culpa está enredada con algunos de los mejores recuerdos de mi vida. Si en Caracas crecí, en Nueva York me convertí en la mujer que soy ahora. En Nueva York conocí a mi esposo, construí mi familia. Tras de toda una vida con problemas de autoestima, en Nueva York me sentí importante y valiosa. Después de todo como dice Frank Sinatra "If you can make it there, you can make it anywhere" (Si tienes éxito allí, puedes triunfar en cualquier parte).

Siento que debería haber estado allí, que mi lugar era estar con mi hermana y mis sobrinos inventando juegos para que los primos se divirtieran encerrados y sin electricidad. Bajando y subiendo,  al menos una vez al día las 18 escaleras que separan al que era nuestro apartamento hasta la calle. Invitando a vivir en casa a los amigos que viven en las áreas que todavía no tienen liz.

No es que me guste el peligro. Es que Nueva York es uno de esos sitios que se te meten en tu ADN y se convierten en parte de ti para siempre.  No sólo por la grandiosidad de esa isla relativamente pequeña que es Manhattan, ni por la oferta cultural que ofrece, o la incredulidad que te acompaña día a día cuando te das cuenta que vives en la ciudad que has visto en innumerables películas, de la que has leído en libro tras libro.

La verdadera magia de Nueva York está en su gente. Gente de todas partes del mundo que día a día negocia sus diferencias culturales y económicas en el metro y los autobuses. Gente que cree en el lema de "vive y deja vivir". Gente que te enseña lo peor y lo mejor de la especie humana.

A la semana de haberme mudado a Nueva York me atropelló un carro, justo a una cuadra de donde estaban las Torres Gemelas. Nunca como en las semanas posteriores a mi accidente había recibido tanta ayuda, cariño y atención de extraños. La señora polaca que limpiaba la habitación del hotel donde me estaba quedando llegó por 15 días media hora más temprano para ayudarme a vestir. El taxista que me recogió en el hospital me llamaba todos los días por si necesitaba buscar medicinas.  Sin ese apoyo mi vida habría sido horrible. Apenas conocía una persona en la cuidad.

Cada vez que cuento esa historia los únicos que no se sorprenden son los que alguna vez han sido neoyorquinos. Todos sabemos del tejido excepcional que une a los que patean esa gran ciudad. No crean que escribo esto con estrellitas en los ojos. Nueva York es una ciudad muy dura, cara, demandante, complicada. Llena de gente ambiciosa, ese tipo de personas que uno piensa que venderían a la madre si fuese necesario. Pero cuando el mundo se pone chiquito, como muchos están sintiendo esta semana, los newyorkers  se aprietan el cinturón, se arremangan y hacen lo que tienen que hacer, ayudándose unos a los otros.

Estoy segura que no pasarán muchos días antes de que todo vuelva a la nueva normalidad. Lo hicieron cuando nos atacaron el 11 de septiembre y lo volverán a hacerlo ahora y todas las veces que sea necesario. ¡Como quisiera poder estar allí para participar en ello!