Mi pobre hijo mayor heredó mi tendencia a engordar. Cuando era pequeño el asunto no parecía tener la menor importancia. En nuestra cultura nos encantan los niños gorditos, nos felicitamos por tener bebés cachetones, rollizos y nos preocupamos cuando los pequeños están delgados.
Pero cuando cumplió los 7 años, comenzó a hacerse obvio que si no cuidábamos su dieta y le hacíamos moverse más tendríamos un gran problema. El pediatra nos alertó sobre su tendencia a subir de peso con facilidad y nos recomendó visitar a una nutricionista. Después de la primera cita salí con un gran complejo de culpa__. ¡Era yo la que le estaba haciendo engordar!__
No es sólo una tendencia genética la que ha puesto a los niños latinos a la cabeza de los pequeños obesos en Estados Unidos. Cuatro de cada 10 niños varones hispanos es obeso. Tampoco es casualidad de que la salud de nuestros chicos vaya empeorando mientras más años pasamos en este país. Estamos dejando hábitos positivos y adoptando los peores. Cuando estamos estresados tendemos a comer peor y la falta de tiempo nos lleva a consumir en exceso la llamada comida "rápida", que es fatal.
En mi casa, de pequeña, nadie podía levantarse de la mesa si no se terminaba hasta el último grano de arroz en el plato, y dichos platos venían cargaditos. Comer pan era percibido como una gran cosa, y todas las comidas terminaban en postres. Las meriendas tenían frutas, pero también chocolates, y aunque tomábamos muchos jugos naturales, a éstos siempre se les agregaba azúcar.
Esos hábitos me dejaron una lucha de por vida con la báscula y yo se los estaba pasando a mi hijo. La diferencia es que yo de niña podía correr y jugar libremente. La televisión tenía un horario específico de programas para niños y los juegos de video apenas aparecieron en mi adolescencia. En pocas palabras, hacía mucho más ejercicio.
Gracias a la asesoría médica cambiamos nuestros hábitos y hoy en día es un chico sano que se mantiene en un peso adecuado. Para ayudarlo aprendí tres reglas básicas. La primera es que la batalla se hace en el supermercado. No metas en tu casa alimentos con calorías vacías, es decir que no alimentan para nada. Las bolsas de papas fritas, las cajas de golosinas, las galletas dulces, las botanas ultra saladas deben quedarse en la tienda. Compra mejor semillas tipo almendras y maní para cuando quieran picar algo, y fruta para esos momentos en que queremos algo dulce.
La segunda es que hay que moverse. No queda de otra, uno tiene que gastar las calorías que consume. Aunque trabajes de sol a sol, haz un esfuerzo durante el fin de semana para divertirte al aire libre. Ir a un parque con una pelota no cuesta dinero, les unirá como familia y será muy provechoso para tu salud, física y mental.
Y la tercera es que hay que volver a cocinar con las costumbres de nuestros países. Una dieta con granos, verduras y frutas es ideal, menos carnes rojas, más pescado. La iniciativa de la primera dama Michelle Obama contra la obesidad infantil nos da una regla bastante fácil de seguir: que en el plato haya comida de al menos cuatro colores diferentes. Piénsalo, se hace sencillo si uno cocina pensando así.
El problema de la gordura de nuestros niños va más allá de la estética. La obesidad infantil es un precursor casi seguro de diabetes. Esta semana salió un estudio del Programa Nacional de Educación sobre la Diabetes que reveló que un 10,4% de los latinos menores de 20 años son diabéticos. ¡Demasiados! Y cambiarlo está en tus manos y en tu cocina. ¡Podemos juntas!
Imagen vía CHIMI FOTOS/flickr