Hay cosas que para nosotros son tan simples que no apreciamos el valor que tienen, sencillamente porque quizás lo desconocemos. ¿Alguna vez te has detenido a pensar qué debe pasar para que puedas disfrutar de luz eléctrica y agua caliente en tu casa? Lo único que tienes es que encender o apagar un botón, ¿me equivoco?
Parece mentira que en pleno siglo XXI para miles de personas ésta no sea su cotidianidad. Hay gente que no tiene acceso a los servicios básicos como el agua potable. No hablemos de las demás cosas como condiciones básicas de salubridad y del acceso a la educación. Quienes sí lo tenemos a veces estamos tan concentrados en nuestras propias vidas que nos olvidamos de quiénes viven en condiciones paupérrimas.
Como madre latina, creo que nosotras –en líneas generales- somos muy responsables. Nos preocupamos porque nuestros hijos estén saludables, tengan una buena educación, se vistan, se calcen, tengan buenos modales, en fin por convertirlos en seres proactivos y productivos dentro de nuestra sociedad. Sin embargo, me pregunto ¿cuántas de nosotras nos preocupamos por incentivar el espíritu caritativo en ellos? ¿Nos da tiempo de inculcarles el viejo precepto de que hay que dar para recibir? Y no se trata de que seamos malos, se trata de que vivimos en una corredera constante que no nos permite detenernos a reflexionar.
Sim embargo, hay momentos en los que a uno “le cae la locha” –como decimos en Venezuela- , es decir que te das cuenta de lo bien que le hace al mundo que existan personas que se preocupen por los demás de forma desinteresada y que su contribución hace de nuestro planeta un mejor lugar.
El canadiense __Ryan Hrelja__c y su historia me conmovieron. Este muchacho, hoy de 20 años, tiene una fundación que lleva agua a África, Asia y Centroamérica. Así como lo escuchan, a nuestros países. Cuando apenas tenía seis años, escuchó en la escuela que en algunas regiones africanas los niños tenían que caminar kilómetros para encontrar agua. La vivaz imaginación infantil lo llevó a recrear la escena. Contó cuántos pasos habían de su salón de clases a la toma de agua más cercana y eran solamente diez. Decidió que se sumaría a alguna organización que ayudara a construir pozos de agua para niños africanos. Pensaba que cada pozo costaba $70 dólares, así que reunirlos no le tomaría tanto, pero el costo real eran $2000 dólares, cifra que no desanimó al niñito de seis años.
Consiguió entusiasmar a sus padres, a sus compañeros de clases, a la escuela completa, a la escuela vecina. Cuando vino a ver había creado todo un movimiento comunitario. Al cabo de un año había reunido el dinero con el que se construyó un pozo en la Escuela de Primaria Angolo, en el norte de Uganda. Ryan asistió con sus padres a la ceremonia de apertura a la que los alumnos le dieran su nombre. Aquella escena lo emocionó tanto que creó una organización sin fines de lucro llamada Ryan´s Well Foundation.
Esta ONG ha ayudado a construir más de 700 pozos y calcula que ha facilitado el acceso al agua potable a unas 736.000 personas en unos 30 países, en África, Asia y Centroamérica. Hoy, este joven estudia desarrollo internacional y ciencias políticas al tiempo que ofrece conferencias por todo el mundo. Asegura que no es diferente a ningún muchacho de su edad y que tuvo una niñez como la de cualquiera, que era fanático de los deportes y de los vídeo juegos, que la única diferencia es que sus padres lo animaron a perseguir su sueño.
¿Cómo podemos incentivar a nuestros hijos a materializar sus sueños?
Imagen vía MsH_ISB/flickr