Secretos de una mamá soltera para que no falte nada en la casa

Las mamás solteras hacemos malabares. Nos ponemos últimas en la lista de prioridades familiares y con todo y eso seguimos adelante.

Mi reflexión de hoy se la quiero dedicar a Wendy Arellano, una mamá latina soltera de Queens, en Nueva York, cuya historia comenté aquí la semana pasada. También se la dedico a Melanie y a Emily, las dos hijas de Wendy, de 12 y 8 años respectivamente, quienes hoy viven con su abuela, porque para poder mantenerlas Wendy tiene tres trabajos y con los horarios que incluyen noches y madrugadas, no las puede cuidar.

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Por razones que no viene al caso explicar, mi propia mamá también fue mamá soltera. Recuerdo que trabajaba por las mañanas en un hospital de niños. Por las tardes trabajaba en una clínica privada, y en las noches hacía trabajo secretarial para la escuela primaria donde mi hermana y yo estudiábamos. Íbamos a una escuela privada porque mi mamá siempre le dio mucha importancia a la educación. Y trabajando como secretaria se ayudaba para pagar la matrícula y las mensualidades.

Pese a todos esos avatares, tuve una infancia feliz. Puedo listar como si los tuviera frente a mí los juguetes maravillosos con los que jugaba con mi hermana: las muñecas, los patines, bicicletas, los rompecabezas, las clases de pintura, ballet y música. También recuerdo los vestidos, los zapatos y sandalias con que nos vestía. Ha de ser de esa época que me quedó tanta coquetería.

Recuerdo que durante la soltería de mi mamá, las vacaciones de verano eran divertidísimas. Ella se iba a trabajar por las mañanas al hospital. Nos dejaba al cuido de María, una muchacha que ayudaba en la casa con los oficios del hogar. Cuando regresaba para almorzar, agarrábamos nuestra cesta de playa con sándwiches, jugos, toallas y protector solar y nos íbamos en autobús (porque justo en esa época de su vida mi mamá no tenía auto), a un balneario a una hora de Caracas y pasábamos las tardes corriendo olas y haciendo castillos de arena. A las 5 de la tarde, nos quitábamos el agua salada, nos tomábamos unas cocadas y regresábamos en autobús a nuestra casa.

Los fines de semana, íbamos a un parque donde éramos los niños más felices del mundo, nos llevaban al teatro de títeres, recorríamos museos y galerías de arte y atendíamos los conciertos de la Orquesta Sinfónica de Venezuela.

Ni mis hermanos ni yo jamás sentimos que nos faltara nada. Mi mamá nunca se quejó ni se cansó y si estaba cansada lo disimulaba muy bien. Si en algo hizo hincapié era en que estudiáramos y especialmente a mi hermana y a mí nos decía que sólo preparándonos podríamos acceder a trabajos bien pagados y lograr nuestra independencia financiera.

Cuando cursaba mi penúltimo año de la escuela secundaria, mi mamá decidió volver también a la escuela. Terminó su bachillerato seis meses antes que yo y decidió estudiar en la universidad. Mi mamá, mi hermana y yo coincidimos en la misma universidad y en la misma época un par de años. Ella se graduó con honores un año antes que yo y su ejemplo fue la mejor inspiración para que tanto mi hermana como yo le siguiéramos los pasos.

Después de los 45 años, mi mamá comenzó su carrera como profesora universitaria, hizo una maestría y tiene un doctorado en Ciencias Sociales. Hasta hizo estudios postdoctorales en la Universidad de Yale, aquí en Estados Unidos, y ya perdí la cuenta de los libros que ha escrito. Mi hermana, también terminó siendo doctora y yo me gradué en una de las 10 mejores universidades de este país.

Todo este cuento me vino a la mente después de leer la historia de Wendy Arellano, de quien sus hijas deben estar orgullosas. Trabaja haciendo labores de limpieza en el Aeropuerto LaGuardia de Nueva York, es taxista por las noches y los fines de semana es bartender para así poder mantener a sus hijas. Quiere regresar a la universidad a estudiar enfermería. No se como, pero si se lo propone, estoy segura de que lo va lograr.

Las mamás solteras tenemos una fuerza, un empuje, un impulso que a veces, como en el caso de la triple jornada laboral de mi mamá o de Wendy parece sobrehumano. En mi caso, ese impulso tiene el nombre y el apellido de mis dos hijos. Por ellos, todo. Y además, con alegría.

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