Hace un poco más de un año que le dije adiós en vida a mi mamá, una experiencia tan surreal que no acabaré nunca de digerirla. La partida de un ser querido no es algo para lo que se prepara nadie incluso cuando bien sabemos que si hay algo definitivo en la vida es precisamente la muerte. Y la muerte de una madre es, sin duda, una de las más difíciles de sobrevivir.
Todo cambió para mi y para mi familia ese 21 de noviembre en aquel frío cuarto de hospital donde mi mamá ya había entrado en coma. Llegué del aeropuerto directo a verla luego de un vuelo infernal en el que lo único que había hecho era llorar y pedirle a Dios que mami estuviese bien y de vuelta en su conciencia para cuando yo llegase a su lado.
Hacía apenas unos meses que conocíamos el diagnóstico de mi mamá, un cáncer muy agresivo, pero tratable, contra el cual estábamos dispuestos a hacer la batalla. Lo que siguió a ese diagnóstico fueron cuatro meses de altas y bajas, de lágrimas y risas, conscientes de que cada momento con ella era un regalo de la vida.
En sus entradas y salidas del hospital la oímos cantar algunas de nuestras nanas favoritas, hacer chistes a su ejército de amigas, declamar los poemas que había aprendido en su juventud (páginas y páginas que incluso en la enfermedad eran de sus más lindas formas de expresión). Algunos de los intercambios más intensos de nuestra relación los viví con mami durante esos días—largas charlas y viajes juntas en el camino del recuerdo, noches acostada con ella dejando que rascara mi cabeza como lo hacía cuando era yo una niña, horas en las quimioterapias, una que otra salida de emergencia al hospital…. Me dejé contagiar con su cáncer, y su miedo de que cada suspiro pudiese ser el último me enfermó a mi también.
Cuando llegué a su lado esa vez, a quien ví no fue a ella, sino a una sombra de quien había sido mi mamá. Sus suspiros no eran de ella, ni sus ojos, y sus manos cálidas ya no me podían acariciar. Más sin embargo, es increíble cómo el espíritu luchador de esta persona casi sin vida nos llamó a su lado en sus últimos esfuerzos por vernos unidos para ser nosotros esta vez quienes le cantásemos a ella.
Ese Día de Acción de Gracias y los 12 días que le siguieron previos al de su muerte estarán marcados para siempre en el libro de mi vida. En esas páginas están algunas de las más significativas lecciones que puede aprender hija alguna de una madre sobre lo que es el perdón, el ahora, la familia y lo importante de decir GRACIAS y TE AMO. Con su carácter fuerte y recto, pero su amor inmenso y absoluta dedicación, mami fue indiscutiblemente la mejor y lo seguirá siendo.
Recuerdo esos días con una extraña tristeza embalmada en alegría porque aunque mi mamá ya se ha ido, yo gocé el honor de haberla tenido, y por eso estaré siempre profundamente agradecida. ¡Te amo mami!
Imagen vía Johanna Torres