Desde que ingresé al club de la maternidad siempre he hecho un esfuerzo consciente por no criticar la forma como otros padres deciden criar a sus hijos. Evidentemente no hay fórmula perfecta y la mayoría hacemos lo mejor que podemos y sin intención de perjudicar a nadie. Sin embargo, me cuesta mucho quedarme callada cuando escuchó a alguna mamá decir -como si fuera una gracia-, que su pequeño de 3 años lo único que come son nuggets y papás fritas de una conocida cadena de comida rápida (cuyo nombre ya se imaginarán).
Lo peor es que no se trata de una excepción sino de una creciente y preocupante tendencia. Se estima que 40% de los niños en este país entre 2 y 11 años comen regularmente en restaurantes de comida rápida. De acuerdo a un estudio recientemente publicado por la Universidad de Chicago, esto definitivamente ha contribuido a acentuar no sólo la epidemia de obesidad infantil, sino que además estos niños están sufriendo más de enfermedades como hipertensión y diabetes tipos II.
Sucede que los niños que comen afuera consumen muchas más calorías de las que necesitan. En promedio los niños comen unas 150 más, mientras que los adolescentes pueden llegar a comer 300 extras a las recomendadas. Además, comer fuera conlleva a ingerir un 13 por ciento más de azúcar, un 22 por ciento más de grasa total, un 25 por ciento más de grasa saturada y un 17 por ciento más de sal de lo que se recomienda, según comentaron los coordinadores de este estudio.
El problema por supuesto es mucho más complejo que sólo convencer a los padres sobre la inconveniencia a corto y largo plazo de alimentar a sus pequeños con comida preparada por otros. De hecho, las grandes cadenas y los medios de comunicación juegan un papel importante. Definitivamente los incentivos de las cadenas de comida rápidas están muy, muy errados. Las raciones van en aumento, los precios se mantienen iguales (e incluso bajan) mientras que la publicidad hace sentir a la gente como un tonto si no aprovecha la oferta. Lo peor: tratan de vender como saludable comida que no lo es, como el caso de las ensaladas con aderezos de 800 calorías.
Se me ocurre pensar, que la mayoría de las mamás no saben a ciencia cierta lo dañino que comer en la calle casi todos los días resulta para una familia. La mayoría lo hace por conveniencia de tiempo o porque suponen que es más barato que ir al automercado y luego cocinar en casa. Es por eso que los esfuerzo deben apuntar a explicar el verdadero efecto de la comida chatarra no sólo en el peso y salud actual de nuestros niños, sino además en los hábitos que les estamos creando. Realmente los estamos condenando a un futuro incierto con toda esa información distorsionada sobre como alimentarse.
No creo que nadie muera por comer de vez en cuando una hamburguesa con tocino, pero debemos romper el mito de que comer afuera es lo mismo que cocinar en casa. ¿Más difícil? Cierto, pero con un poco de organización como la planificación de un menú semanal y la inclusión progresiva de productos frescos en la dieta básica, va a crear una diferencia real en la vida de nuestros niños y de nosotras, que al fin y al cabo también estaremos más delgadas, saludable y quién sabe si hasta más guapas.
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