Acabamos de regresar del médico. En unos días, si Dios quiere, mi esposa dará a luz a nuestro bebito. Es un tiempo de bendición y alegría para toda la familia. Todos me paran en la calle y preguntan: "¿Y cómo está su esposa, ya debe estar lista para el bebé?" Siempre respondo: "Sí, ya lo estamos esperando".
Es interesante que uno se pasa los nueve meses de embarazo preparándose para el bebé y escuchando historias de los "antojos de la madre" y de todo el proceso milagroso que son el desarrollo y las etapas de la vida en el vientre materno, pero pocos se dan cuenta de la parte que nos corresponde a los papás. Nosotros también nos sentimos un poco "embarazados".
Mi esposa se ríe cada vez que voy al refrigerador en la noche y se me antoja algo dulce, porque siempre le respondo: "No te preocupes mi amor, ya cuando venga el bebé, regresamos a la rutina de no comer estas cosas". Algunos dirán que es una excusa para comer lo que a uno le gusta, pero yo he llegado a la conclusión que no es así: realmente a los padres de familia también nos dan antojos y nos entra la ansiedad de anticipar el nacimiento de los hijos.
Aunque hoy en día vivimos muy ocupados y con más cosas que hacer en un día de lo que la mayoría de nosotros podemos abarcar en 24 horas, todavía existen situaciones que nos detienen – nos hacen hacer un alto – y también nos cambian la vida. Son como "momentos sagrados" que debemos vivir con atención y con una especie de reverencia. Considero que uno de esos momentos sagrados es el nacimiento de un nuevo hijo. A las mamás y a los papás les digo de corazón, que no dejen que la rutina y la locura les impidan disfrutar este tiempo especial de compartir con sus hijos desde antes de que nazcan hasta que ya se independicen y formen sus propios hogares. Toda la vida es un regalo, pero hay momentos especiales que resaltan lo grande y lo especial que es el estar vivos.
Imagen vía Mother_Flickr/flickr