Cuando me acercaba yo a mis Quince Años, hace mucho, mucho tiempo atrás, recuerdo haber contemplado con mis padres la idea de tener un Quinceañero tradicional, como todas mis amigas, con traje largo y todo. Fue una idea pasajera, porque aunque la idea de una celebración especial sí era algo que deseaba, lo que ansiaba de verdad era una experiencia que marcara dicho milestone de una forma diferente, ¡memorable!
Ya convertida en madre, le había contado a mi hija tanto sobre mis quince años, que ella también escogió celebrar los suyos como yo: haciendo un viaje de hija y madre que la llevase a conocer algo nuevo y a crecer cultural e intelectualmente.
Aunque no sea la tradición latina que todos hubiesen esperado de mi, el viaje a Barcelona que dí con mi hija fue mejor que cualquier fiesta de Quinceañero que pudiese haber querido.
Admito que era mi sueño de mucho tiempo el lograr esa escapadita con mi hija. A pesar de que las cosas con la economía no estaban para tales lujos, era importante no dejar pasar por alto ese hito en su vida como niña para recordarle que su mitad latina celebra su paso a la adultez.
Entonces este viaje teníamos que planificarlo muy deliberadamente, para que fuese la rica experiencia cultural con la que ella soñaba, pero que fuese algo que mi bolsillo pudiese aguantar. Para pagar los pasajes aproveché millaje que había acumulado con mucho tiempo de anticipación, conseguimos un hotel cómodo, lindo, céntrico y bastante económico, y nos pusimos un presupuesto por día para los gastos de comida, visitas turísticas y compras de regalitos.
¿Cómo fue que logramos que esta experiencia resultara algo tan especial para ella–bueno, para ambas?
1. Un destino de ensueño. Barcelona es una ciudad donde podía practicar su español, rica en historia, arte, buena comida y con mucho que hacer. Sea cual sea el destino (y que valga la aclaración, no tienes que volar a Europa para encontrar ese sitio especial que les invite a escapar de la realidad diaria y a descubrir algo nuevo juntas), invítala a que sea un lugar con el que sienta alguna conexión emocional.
2. Actividades a pedir de boca. Conociendo su forma organizada de ser y su espíritu aventurero, sabía que la planificación sería para ella tan divertida como el mismo viaje. Mi hija buscó un lugar donde tomar juntas una clase de comida típica de la región (en la foto aparecemos preparando Tortilla Española ¡para chuparse los dedos!), que incluía ir a La Boquería (un fantástico mercado local) donde compramos con la maestra los más frescos ingredientes. Además, fuimos a un concierto, caminamos toda la ciudad, visitamos La Sagrada Familia, para nombrar sólo algunos de los highlights de nuestro viaje.
3. Tiempo para chicas–ella y yo solas haciendo todo lo que nos gusta más y descubriendo nuevos intereses compartidos–nos regaló el beneficio de una relación de madre e hija mucho más sólida y fortalecida.
4. Una nueva tradición. Sabíamos que estábamos siguiendo una tradición que si bien no es latina de por sí, es familiar. ¿Quién sabe? Quizás ella algún día cuando sea mamá de una hija celebre los quice años de su hija de similar manera.