Como todas las niñitas de tres años Payton Bushnell es una princesita. Las pulseras, los collares y los accesorios forman parte de sus juegos cotidianos, pero ¡se tragó uno de sus brazaletes! Y fue a parar a la sala de cirugía. Fueron 37 cuentas metálicas de esas que al juntarse van formando una pulsera.
La pequeña se estuvo quejando de que se sentía mal y sus padres decidieron llevarla al hospital Legacy Emanuel Hospital, ubicado en Portland, donde al hacerle una radiografía, los doctores encontraron una pulserita de 37 piezas relumbrando en su estómago, una de esas conocidas como "Buckyballs".
Kelli Bushnell, madre de la pequeña dijo a los medios que no tenía ni idea de cómo la niña había logrado tragarse 37 bolitas, pero que se imaginaba que lo fue haciendo de dos en dos, tal y como suele comerse los caramelos cuando ellas decoran juntas las gelletas navideñas.
Afortunadamente, la pequeña se recuperará completamente y los médicos vaticinan que no padecerá ninguna consecuencia en el futuro. Esta mañana me enteré de esta noticia, porque dos mujeres venían comentándola en el autobús. Literalmente estaban destrozando a la mamá de la pequeñita, tildándola de descuidada. "¿Cómo uno no se va a dar cuenta con qué están jugando sus hijos?¿Cómo es quela dejaron meterse en la boca esa pulsera? Hay que ser una muy mala madre para que algo así suceda."
No dije nada, la conversación no era conmigo. Pero de inmediato pensé que de acuerdo al criterio de estas pasajeras yo también debo ser una mala madre y quizás tú también. ¡Dios! ¿quién puede estar pendiente 24 horas al día de lo que están haciendo los niños? No hablemos de quienes trabajamos fuera de la casa y nos tenemos que ausentar largas horas. Estamos confiadas de que todo está bajo control e incluso hay madres que instalan cámaras en su casa para vigilar remotamente qué están haciendo los niños. Pero, creéme, sólo bastan un par de minutos para que un niño te eche tierra en los ojos y pase algo.
Que la pequeña Payton se tragara las 37 bolitas magnéticas no fue culpa de su mamá. Fue una travesura infantil. Si bien es cierto que en el 2006, el gobierno estadounidense alertó sobre el riesgo que corren los niños al jugar con este tipo de accesorios y pidió a los padres que estuvieran atentos y que siguieran de cerca los reportes que ofrece el Consumer Product Safety Commission, es también muy difícil, estudiar con lupa cada juguete que le vas a comprar a tus hijos. Frecuentemente, por mucho esfuerzo que hagas, la curiosidad infantil supera cualquier código de seguridad.
Yo, que a veces me siento como un fósil prehistórico, porque crecí en una época donde las madres eran un poco más "espontáneas" a la hora de alimentarnos y nos dejaban jugar con mucha más libertad que ahora, te puedo contar varios accidentes que tuve durante mi infancia y de los cuales la última responsable sería mi mamá. Justamente a los tres años, rompí una maraquita –quién sabe que fue lo que me llamó la atención- y tres de sus pepitas de colores obstruyeron mis fosas nasales. Tuvieron que llevarme al hospital para que me las retiraran con una pinza.
Ya un poco más grande, como de nueve años, en una fiesta familiar donde estaban todos mis primos, decidimos atravesar un tronco en una piscina vacía y jugar al equlibrista. Resultado: la tabla se partió y me fracturé la tibia. En otra ocasión, también en una piscina, correteando, resbalé y pegué la cabeza con el borde de cemento y me tuvieron que llevar de emergencia al hospital donde determinaron que tenía una "conmoción cerebral". ¿Qué tuvo mi pobre madre que ver en estos accidentes? ¡Nada!
La pobre, al igual que a mí me ha pasado con Gabriel y Samuel, se debe haber quedado paralizada del susto. Me imagino que tus hijos también te han dado sobresaltos de todos los tamaños y todos los colores. A menos de que logremos encerrarlos en una burbuja de cristal, no podemos protegerlos de todo. Como diría mi abuela, hay que dejarlos que salgan al patio para que coman un poco de tierra. ¿Qué crees tú?
Imágenes vía ABC News