Más difícil aún mi tarea de mamá cuando tengo que viajar y dejar a mis hijos

En menos de 12 meses, he tenido que armar tres viajes -en horas- por emergencias familiares. Para mí es la peor parte de ser emigrante, no poder estar al lado de mis seres queridos en el momento que me necesitan, y pasar por el estrés de dejar toda mi vida abandonada para llegar hasta ellos. Es algo a lo que creo que nunca me voy a acostumbrar.

Desde ayer estoy en esa misma corredera. Mañana tengo que estar en mi país antes del mediodía para firmar unos documentos relacionados con la herencia de mi papá. Nos enteramos de la fecha límite a última hora, por los cambios intempestivos de normas que suelen darse en nuestras caóticas ciudades.

Como típica mamá latina, toda mi casa gira a mi alrededor, por lo que no sólo estoy teniendo que organizar mis papeles y equipaje en 48 horas, sino el cuidado de los niños, de las mascotas, las citas médicas que mi marido tenía previstas para la semana que viene, etc. Anoche estuve hasta la medianoche lavando ropa, porque los quiero dejar con todo limpio. Esta mañana a las seis estaba en el supermercado, para que tengan el refrigerador lleno. ¡Ya se imaginan el estrés!

Todavía me quedan 30 cosas en la lista que hice ayer de asuntos urgentes que resolver antes de viajar, el golpe al presupuesto que nos está dando este imprevisto es fuerte. Ya saben lo que cuestan los pasajes de última hora, más los extras de los programas extraescolares y los gastos allá.

Pero la parte realmente difícil es la emocional. El año pasado debí viajar a ayudar a mi padre, que debió ser hospitalizado de urgencia con una enfermedad que lo derrotó. Luego fui a su entierro, mucho antes de lo previsto. ¿Te ha tocado? ¿Qué te ha ayudado a superar estos momentos?

Como siempre, me cuesta mucho dejar a mi esposo y a mis niños. Pero esta vez me cuesta aún más ir a mi país, donde ya no queda nadie de mi familia nuclear. Mis hermanos están diseminados por el mundo. Mi mamá se reparte entre todos. Mi papá nos dejó hace 8 meses. El dolor de entrar a su casa, de dónde salí con él enfermo y a la que nunca regresó,  está enganchado en mi corazón como una garra ardiente que me desgarra. Tengo miedo. Lo único que me consuela son mis amigas de toda la vida, que están desde ya esperándome con los brazos abiertos, para darme un gran abrazo que sé que durará toda la visita. 

Imagen vía J. McPherskesen/flickr