Los ojos grandes y redondos de mi hijo mayor se llenaron de lágrimas, al enterarse que tanto su padre como yo teníamos que trabajar hoy 4 de julio; es decir, el Día de la Independencia de Estados Unidos. Preguntó atropelladamente si eso significaba que yo no iba a pintar banderas alusivas a la festividad junto a él, si es que acaso no hornearemos cupcakes y sobre todo si es que esta noche nos perderemos los fuegos artificiales. Me dijo que yo no entendía que era 4th of July, -con su perfecto inglés- y que por qué no podíamos ser como las "otras familias", que quién trabajaba un día como éste y que si es que en Venezuela trabajábamos los días festivos.
El discurso de mi niño me hizo reflexionar. Entendí cuán importante para él es este día, simplemente porque éste es su día festivo. Cuando se refería a las "otras familias", estaba haciendo referencia a sus compañeritos de clase, básicamente a los que vienen de familias meramente estadounidenses, cuyas madres deben haber pasado parte de la semana decorando la casa con motivos alusivos a la bandera y preparándose para el gran festín.
De golpe y porrazo, me di cuenta que vivo en un "limbo". A pesar de que porto con orgullo el pasaporte estadounidense y soy ciudadana por naturalización, la verdad es que no me siento "gringa". Lo más triste es que sé que yo no soy tan "venezolana" como cuando llegué a este país. Como dice la vieja canción de Facundo Cabral: "No soy de aquí, ni soy de allá".
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Es un sentimiento que quizás muchos inmigrantes comparten conmigo. Tengo un amigo, un médico a quien quiero mucho que llegó a Estados Unidos hace más de treinta años, huyendo de la Caracas homofóbica de entonces. Al principio, Nueva York era el patio donde podía ondear sus amores hacia otro hombre y eso le daba la tranquilidad de sentir que no estaba haciendo nada malo, que nadie lo vería con los lentes de prejuicios que lo veían en su país – o al menos no lo rechazarían o criticarían tan férreamente como en su patria-. Los años y el gélido invierno hicieron que sintiera nostalgia. Quería regresar a Venezuela. Se compró un apartamenteo frente al mar y se regresó. Al llegar, entendió que los amigos que había dejado atrás se ausentaron, bien porque no estaban físicamente o porque habían cambiado tanto que no eran más que un grato recuerdo almacenado en su memoria. Un día, conversábamos por teléfono y me dijo: "Negra, los inmigrantes no tenemos patria. Nunca seremos del lugar al que nos vamos y terminamos perdiendo la tierra que dejamos".
Te confieso que así me siento. No soy gringa, ni me siento, ni lo parezco. Pero sé que mi Venezuela querida, con todos mis afectos está intacta sólo en mi memoria. Los recuerdos son ese lugar que te arropa y protege cuando la soledad y la nostalgia ventean fuerte.
Pero eso no significa que vaya a dañarle su 4 de julio a mis niñitos. Así, no la sienta como mía, ésta es su festividad, su Día de la Independencia. En unas horas cuando vea sus caritas emocionadas al trinar de los fuegos artificiales, celebraré mi propia independencia: la de alguien que tiene dos patrias, así no pertenezca a ninguna. Haré un esfuerzo para ir a hacer un barbecue en el parque y llevarlos a ver sus fuegos artificiales.
¿Como inmigrante has sentido que no perteneces a ninguna de las dos naciones?
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Imagen vía Clarity/Flickr