Lo confieso, cada vez que veo un bebé, gordito, flaquito, cachetón o de cara fina, no me importa, siento unos deseos desesperados por olerles la cabecita, el cuellito y pegarles un mordisco. ¡En serio! ¿No te pasa? No te preocupes que todavía no he herido a nadie, ni siquiera a los míos, que aprendieron, los pobres a salir corriendo cuando mamá empieza a rechinar los dientes. Pero me acabo de enterar que no me faltan tantos tornillos como pensaba. Aparentemente es de lo más normal.
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Un estudio publicado en Frontiers in Psychology descubrió que el mecanismo que te hace querer comerte a los bebés, es el mismo que se activa cuando te sientes satisfecha con lo que comiste. ¡Menos mal! ¿Te imaginas si te hiciera sentir que te estás desmayando del hambre? Lo bueno es que esto hace que nos sintamos más conectadas con los bebés y nos den ganas de pasar más tiempo con ellos y protegerlos más. Me consta que funciona.
La investigación fue realizada en Alemania con dos grupos con 15 mujeres cada uno. Uno de ellos estaba formado por mamás que dieron a luz en un lapso de seis semanas antes. Supuestamente las nuevas madres tenían una reacción más fuerte que el resto.
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Aunque obviamente a mí nadie me preguntó, yo he tenido esa reacción a los bebés desde que tenía siete años y conocí a mi hermanita mejor. Aún recuerdo vívidamente el placer que sentí al olerle su cuellito. Es una cosa mágica. Y sí mi mamá dice que llegué a morderla. ¡Pobrecita!
Pero me encanta que haya una explicación. ¡Es increíble como la naturaleza nos condiciona a cuidar a los pequeñitos! Por eso es hasta más difícil entender a los malos padres.
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