He sido mamá exactamente nueve meses y aunque la experiencia ha sido increíble, he tenido algunos momentos no tan estelares. El peor momento que he vivido en mi rol como madrefue algo que pasó hace ya unas semanas. No, no fue volverme una masa de lágrimas cuando mi hijo no dejaba de llorar por casi una hora (le están saliendo las muelas y me da muchísima lástima) ni tampoco es que no he podido ponerlo a dormir en su propio cuarto a pesar de que ya casi tiene un año (¡no sé si podré desprenderme de él!). Fue algo mucho más serio, y mi niño se podría haber lastimado.
Hace unas semanas después de unos días difíciles en el trabajo, Sebastián se despertó un sábado un poco más temprano de lo acostumbrado. Yo me sentía súper cansada, pero lo pusimos en nuestra cama para jugar un ratico con él. Mi esposo tuvo que levantarse a ir a atender a nuestros perros por unos minutos, y me advirtió: "¡No te duermas!" Yo hasta le reproché el consejo: ¿Cómo me iba a dormir, si tenía al niño en la cama? Pero … me dormí.
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Lo próximo que alcance a oír en medio de mi confusión somnolienta fue el sonido de mi chiquitico cuando cayó al suelo. Me despertó de golpetazo, y la verdad lo primero que pensé fue que ¡no sabía que él ya estaba tan móvil! Se había arrastrado o gateado hasta el borde de la cama, seguro para agarrar una de esas cositas del nochero que tanto le llaman la atención. En ese momento, casi me muero. Lo agarré del piso y lo abracé fuertemente. Me quedé temblando.
Después de que los gritos y las lágrimas pasaran (¡y cabe aclarar que eran mis lágrimas y mis gritos!) y finalmente me calmé, pude ver que mi chiquito estaba bien. Se había caído sentado sobre la alfombra, porque no tenía ni una marca ni un rasguño, gracias a Dios. Pero eso no me hizo sentir mejor y seguí con ese sentimiento de culpabilidad todo el día. No podía ni pensar en ese momento cuando lo oí caer, cada vez que lo recordaba me ponía a llorar.
Horas más tarde, Sebastián estaba jugando y riéndose y en general comportándose como el Sebi normal que conozco. Yo, en cambio, era un enredo de culpabilidad y lágrimas. Hasta mi esposo–que al principio se había enojado mucho conmigo por el descuido, y con buena razón–me trató de consolar, diciéndome que cosas como éstas suceden. Yo no lo quise oír. Le había fallado a mi niño, no lo protegí. Yo le había prometido el día que nació que siempre lo cuidaría de cualquier cosa y que lo protegería de TODO, y con menos de un añito de vida, ya le fallé.
Sí, yo sé, qué melodramática, pero honestamente así es como me sentí. Hoy, a unas cuantas semanas del día conocido en mi mente como El Día que Sebastián Se Cayó de la Cama, me siento un poco mejor. Pero eso no significa que no siento mi corazón desgarrarse un poquito cada vez que me acuerdo del momento que oí a mi bebé caer al piso. Y, créanme, ¡hoy si estoy DESPIERTA cuando el niño está en la cama conmigo!
Image via Yuliana Gomez