La triste historia que leí, en un reportaje publicado en el HuffPost Voces, sobre un padre que tuvo que asesinar a su propia hija para que ya no sufriera, me dejó con los ojos llenos de lágrimas. Y es que, Diana Montaño, la periodista que trajo a la luz, este emotivo caso, cuenta que Charles Griffith, estuvo en la cárcel, condenado a cadena perpetua, por haber dado muerte a su hija Joy, de tres años de edad; después de que ésta estuviera varios meses, postrada en una cama, en estado "vegetativo".
"Joy era mi alegría, mi vida, todo. Un día estaba bajo el cuidado de su madre en casa de sus abuelos. Trató de subirse a un sillón reclinable y su cabecita quedó atrapada en el reposa pies…cuando los paramédicos llegaron, la declararon con muerte cerebral…pero su corazón seguía latiendo", cuenta el padre en una entrevista concedida a este medio.
Tras el accidente, los médicos le recomendaron desconectarla de los aparatos que la mantenían con vida, pues le advirtieron que su hija quedaría así, por el resto de su vida, pero él y su esposa se negaron y buscaron un tratamiento alternativo. "A mi hija la mantenían sin aire…y sus manitas empezaban a temblar…y yo veía en su cara el dolor…era una tortura verla sufrir de esa manera", cuenta este padre, sobre un método, que se estaba probando en Inglaterra, con pacientes comatosos, pero que, lamentablemente, no le funcionó a su niña.
Con el tiempo, se volvió un suplicio para él, ver a su hija, ciega, sorda, muda, paralizada y teniéndola que cambiar de posición para que no le salieran llagas. Además, los doctores le habían dicho que su cerebro se estaba encogiendo y llenándose de agua, por lo que luego de ocho meses en estado vegetativo, sólo quería que la desconectaran. Pero fue un suceso muy particular, el que lo hizo cometer una acción irreversible. Él cuenta a este medio, que una tarde de 1984, un médico lo llamó para decirle que una enfermera le había roto, sin querer, un brazo a la niña mientras la movía, fue en ese momento cuando pensó, "ya fue suficiente".
Así, con toda la furia que cualquier padre, que viera a su hija sufriendo, llevaría por dentro; Griffith tomó un frasco de Valium y pulverizó las pastillas. Luego agarró una pistola y se dirigió al hospital. Ahí amenazó a la enfermera, con la pistola, para que lo llevara al cuarto de su hija y le diera la medicina, pero luego de 45 minutos, seguía viva. La enfermera le explicó que le daban ese medicamento, para que pudiera dormir y no sintiera dolor; algo que lo hizo estallar, pues desde hacía tiempo le habían dicho que su niña no sentía nada.
El suceso lo hizo perder la razón y en ese momento, le pidió a la enfermera que saliera del cuarto y llamara a la policía. Ahí le disparó dos veces a su hija en el pecho, para después abrazarle y decirle: "Ya no vas a sufrir Joy. Ya puedes estar en el cielo, jugando, viendo, oyendo". Tras lo ocurrido, Griffith fue condenado a cadena perpetua, pero con la ayuda de un abogado, logró salir diez años después.
Afortunadamente, hoy ha hecho de esta tragedia, algo positivo; pues creó una fundación llamada "Joy's House" que se dedica a ayudar a mujeres que han sido adictas a las drogas y al alcohol y que buscan recuperarse; pues él mismo cuenta que se refugió en este mundo, para superar la tragedia que vivió. Y no cabe duda, que, a pesar de que muchos podrían pensar que no le correspondía a este padre, decidir hasta cuándo viviría su hija, creo que cualquiera perdería la razón, si se viera en una situación como ésta. En lo personal, yo no soportaría ver sufriendo a la persona a la que más amo, y por eso me alegro que este padre, haya salido de este infierno, aunque tuviera que pagar con su libertad. Además, independientemente, de si lo que hizo estuvo bien o mal; lo más importante de todo, es que su angelito ya no está sufriendo.
Imagen vía Journey Magazine/Twitter