No tengo tatuajes, ni piercings y mi prenda favorita al vestir son los vestidos negros que uso sin importar si es verano y la temperatura sube a 100 grados. Mi imagen está marcada por la sobriedad y el clasicismo y no es algo que me enorgullezca o que me reste es simplemente mi elección. La descripción anterior no es tampoco indicativo de superioridad o inferioridad física o intelectual con relación a una mujer que haya optado por adornar su cuerpo con tatuajes, lucir piercings, usar colores fluorescentes en su ropa o teñirse el cabello de azul. Independientemente de que ambas tengamos o no aprobación social, ejercemos el invaluable y maravilloso derecho al libre albedrío.
Los tatuajes y los piercings no dicen qué sueña quien los luce, qué anhela, cómo es su relación con su familia o sus amigos, si es buena madre o buena hija, porque son sólo eso, una preferencia tan personal como fumar , ser honesto, ser vegetariano o ser fiel a tu pareja. Hace pocos días, en Santo domingo, República Dominicana, ocurrió un hecho que consternó la ciudad. José Carlos Hernández, un joven de tan sólo 23 años fue muerto de múltiples heridas de arma blanca.
Resulta difícil imaginar el dolor por el que atraviesan sus familiares y amigos. Hernández, baterista del grupo de Heavy Metal Exsanguination Throne, residía en Argentina y había ido de paseo a Santo Domingo a visitar su familia. No obstante a la brutalidad del suceso, he visto con indignación gente que ha levantado su voz para destruir la moral de Hernández, cuestionando y enfatizando en que tenía tatuajes, tenía el pelo largo, tenía piercings, usaba ropa negra y era baterista de una banda de heavy metal. Como si de alguna forma, su apariencia y su preferencia musical 'justificara' el hecho, que las autoridades dominicanas han declararon como 'crimen de odio'. La noticia me impactó, como dominicana y fundamentalmente como ser humano. ¿Hasta dónde puede llegar la intolerancia y el irrespeto a la individualidad de cada persona? Siento que es esencial entender que "el derecho ajeno es la paz", que no tenemos derecho a juzgar nada que no sea nuestra propia existencia y que nadie tiene autoridad para coartar la libertad de otra persona y mucho menos su vida. Hechos como este y muchos otros – que aunque no terminan en muerte física lo hace con la moral de los demás-, distancian la posibilidad de vivir en una sociedad más tolerante, más armoniosa y sobre todo más racional.
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Imagen vía Flequi/Flickr/La Vanguardia