Tengo un pequeño tatuaje en la parte baja de mi espalda que me hice cuando tenía unas 23 ó 24 años y aunque ya no vivía en casa, lo escondí de mis padres porque sabía que no aprobarían. A diferencia de mi hermano, quien se hizo su primer tatuaje a los 18 años, a mi este tema no me interesaba. Sólo fue una de esas cosas que pasan cuando uno bebe demás y sale de parranda con los amigos que deciden hacerse un tatuaje y uno va de copión. Por suerte, el mio sólo es visible si estoy en bikini–la única razón por la cual todavía lo tengo. De otro modo, ya hubiese buscado la manera de quitármelo.
Por eso es que no permitiré que mis hijos se hagan un tatuaje hasta que tengan por lo menos 18 años y hayan ahorrado suficiente dinero para pagárselo. Claro que, en un mundo ideal, no lo harían jamás.
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Desafortunadamente, tratar de convencerlos de lo contratrio, si es que deciden hacerse un tatuaje, será muy difícil ya que tanto su padre como yo tenemos uno cada uno. Pero igual haré todo lo posible por disuadirlos.
La cosa es que aunque te los puedes quitar con tratamientos láser extremadamente caros, los tatuajes son generalmente algo con lo que vives para siempre. Muchas veces lo que pareció increíble a los 18, parece más bien estúpido a los 30. Y ese es el problema más grande que tengo con los tatuajes. Aunque la gente dice que no debería importar, lo cierto es que una primera impresión es muy valiosa y desafortunadamente para aquellos con tatuajes que no pueden esconder, los tatuajes siguen siendo mal vistos, especialmente por posibles empleadores.
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Así que no, no hay manera que deje que mis hijos se hagan un tatuaje antes de los 18. Me importa un bledo lo mucho que lo quieran o si tienen el dinero para pagarlo.
¿Y tú? ¿Qué opinas al respecto? Comparte tu opinión dejándonos un comentario.
Imagen vía eyeliam/flickr
