Los únicos que se beneficiarían de que encuentren al asesino de Etan Patz son los productores de cine y televisión

Hace tres días, me llamaron de la escuela de mi hijo para decirme que estaba vomitando y que tenía fiebre. No había colgado el teléfono cuando su padre ya había tomado un taxi a la escuela y yo, me desconecté de todo para venir a recogerlo. En el camino venía rezando porque a mi hijito, por razones que no vienen al caso, no se le puede subir la fiebre.  Mi angustia se reflejaba en mi desbocado corazón, cuyos latidos seguramente los escuchaban  los otros pasajeros del autobús. Es normal que ante cualquier situación de peligro, los padres nos preocupemos. No quiero ni siquiera  imaginarme lo que deben sentir aquellos cuyos hijos simplemente desaparecen como Etan Patz, quien hoy cumple 33 años de haberse esfumado.

Su carita vivaz, su pelito liso y sus ojitos calros atormentaron a los estadounidenses durante los años ochenta, cuando veían su foto en los cartones de leche. Sus padres, Julie y Stanley Patz jamás se mudaron, ni cambiaron el número de teléfono con la esperanza de escuchar la voz del pequeño al otro lado de la línea. La llamada nunca se hizo. La desaparación de este niñito de seis años le dio un espaldarazo a los activistas que luchan en  pro de la protección de menores. Los Patz, se sumaron a las filas de estos grupos.

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Pero en el fondo, por más que hayan sido ejemplo para quienes nunca abandonan una causa, por más que hayan recibido millones de palmadas solidarias en la espalda, la verdad es única: su hijo no está. No lo vieron crecer, ni jugar todos los partidos de la escuela, ni aprender a tocar algún instrumento musical, ni los hizo rabiar con alguna travesura, ni se puso majadero a la hora de tomarse un medicamento. H__an vivido más de treinta años con el remordimiento de haberlo dejado ir solito a tomar el autobús escolar, cuando tan sólo tenía seis añitos.__ Han padecido el dolor de un nido vacío antes de tiempo e injustificadamente.  

Treinta y pico de años más tarde, al parecer la policía ha dado con el asesino: un hispano llamado Pedro Hernández –por cierto, qué vergüenza para nuestra gente-. No hay motive sobre la tierra que justifique que alguien asesine a un niño. Ahora, qué pensarán los padres ¿sentirán alivio de saber a ciencia cierta qué fue lo que pasó con Etan?¿Por qué fue que no pudo crecer junto a ellos? El dolor y el desconsuelo ha acobijado a estos padres durante más de tres décadas. Vivir en la impotencia y la frustración debe haber sido su cotidinidad. No sé si conocer el nombre del asesino  puede aliviarlos o si en el fondo sería más sano seguir conservando la esperanza de que Etan alguna vez los llamara por teléfono. Con todo respeto si este caso finalmente se resuelve, los únicos beneficiados serán -en mi opinión- los productores de cine o televisión que encuentren en esta historia un motivo para engolosinar a la audiencia. ¿Qué crees tú?

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Imagen vía NYPD