¿Qué hay de malo con dejar que mis hijos estudien lo que quieran?

Mi papá era un gran músico y, de joven, quiso ser pianista, pero sus tías–quienes fueron las que lo criaron–no lo dejaron. De alguna manear lo convencieron de que se moriría de hambre y que mejor buscaba algo más lucrativo como carrera. Para cuando yo nací, mi papi tenía una carrera exitosa en el ámbito de catering, pero muy rara vez tocaba el piano. Es más, sólo cuando había tomado unas copas de más  y estaba alegre. Lo peor es que en mi casa nunca hubo uno de estos instrumentos, a pesar de haber sido una de sus más grandes pasiones.

Aunque él nunca entró en detalles, sé que no convertirse en pianista fue algo muy doloroso para y fue por eso que prefirió dejarlo atras. Irónicamente, cuando yo les dije a mis padres que quería ser periodista, tuvieron la misma reacción, pero no lograron hacerme cambiar de opinión. 

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Estoy segura que me hubiese ido muchísimo mejor económicamente si hubiese escogido una carrera más rentable, pero el periodismo es lo que más me apasionaba–y me sigue apasionando–y aunque no esté llena de plata, soy una de esas pocas personas que puedo decir sin titubear que amo mi carrera y todas las experiencias que ésta me ha traído. Y eso tiene un precio. 

Aunque a nuestros hijos les falta mucho pan que rebanar antes de que decidan que hacer con sus vidas profesionales, el hijo mayor del primer matrimonio de mi esposo está justamente en eso. Mi esposo, quien también es periodista, le ha aconsejado que elija una carrera que sea mucho más productiva que la nuestra. Pero mi hijastro tiene muchísimo talento, es muy artístico y es en ese ámbito en el que yo lo veo siendo feliz y exitoso. 

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Por eso, mi consejo ha sido que haga lo que crea que más feliz lo va a hacer aunque esto no le dé todo el dinero del mundo. O, por lo menos, no tanto como otros que estudien ingeniería, leyes o medicina, entre otros. Lo que pasa es que si bien es cierto que mi vida sería más tranquila si hubiese escogido una carrera más lucrativa, lo más probable es que hubiese sido una infeliz. 

Al final de cuentas, el dinero NO lo es todo. 

¿Tú que opinas?

Imagen vía Tulane Public Relations/flickr