¡Qué horrible son los viajes largos con niños!

Todos los seres humanos tenemos tendencia a idealizar.Idealizamos situaciones que en papel suenan fantásticas, en nuestras cabezas lucen divinas, en nuestros corazones deseamos ardientemente. Pero, el caso es que tras idealizar las cosas, cuando uno se topa con la realidad, es más fuerte la caída.

Yo tengo innumerables historias donde después de idealizar, me llevé un cubetazo de agua fría. Y ahora creo que estoy por sumar una historia más.

Llevaba meses planeando un viaje a España con mis hijos, Juliana que tiene seis y Diego que tiene dos y medio. La realidad es que no era tanto venir de tour, sino más bien visitar a la familia de mi padre, quienes desde que era jovencita son seres muy cercanos a mí  y muy queridos. Sobre todo uno de mis tíos y una prima a los que quiero mucho y tenía muchas ganas de que conocieran a mis críos.

Y pues ahí voy. Planeé el viaje, invité a mis papás, compramos los boletos y nos lanzamos ayer por la noche a Barcelona.

¡Ay, Dios mío, Dios mío, qué viaje más espantoso en avión!

Primero que nada, en el aeropuerto de Kennedy, de Nueva York  -que ya lo detesto-, no dan a basto con tanto avión saliendo y aterrizando. Cada despegue, son dos horas esperando con el cinturón de seguridad puesto y el asiento en el upright position, así es que después de los primeros diez minutos, la espera se vuelve un martirio chino.

Pero no, no sólo es eso, también las aerolíneas salen con sus chistes de "el avión viene retrasado cinco horas" -y yo de verdad digo, "nadie se retrasa cinco horas" – un retraso así, ya entra en la categoría de "plantón".

Y ambas cosas nos pasaron ayer, el retraso de cinco horas y la espera para despegar. Ahora imagínense este cuadro, pero con mis dos hijos y mis padres.

Ahora sí que, kill me now.

Mis hijos a las diez de la noche ya estaban agotados y querían dormirse, pero las azafatas pasaban por el pasillo cada dos minutos y me decían, "los niños tienen que enderezarse para el despegue". Para la hora que despegamos, ya mis dos hijos estaban de pésimo humor y además obviamente, se les había espantado el sueño.

Los asientos además no son  tampoco los más cómodos del mundo, para cuando mi niña logró quedarse dormida, ya se había afianzado los tres asientos casi completos, dejándonos a Diego en mis brazos y a mí, con el brazo del asiento, absolutamente clavado en la espalda. Dicha posición no nos permitió jamás conciliar el sueño del todo y el viaje se fue poniendo cada vez más feo, hasta llegar a ser atroz.

Ni Diego, ni yo dormimos.  Y cuando Juliana se despertó a las cuatrode la mañana (hora Nueva York), tenía tan mal humor, que ni parecía que había dormido como princesa adueñándose de los tres asientos.

íAy, los hijos!

La llegada a Barcelona nos fue poniendo de mejor humor poco a poco, pero cuando nos subimos al taxi los 3 caímos dormidos profundamente. El taxista se enfureció conmigo, pues al llegar al hotel yo ni entendía ni dónde estaba, así es que dicho señor me gritó y demás, mientrás me aventaba las maletas a la banqueta.

Yo generalmente "no me dejo mucho" pero con los niños dormidos en el asiento, las maletas y la carriola tiradas a media banqueta y mi cartera perdida al fondo de la bolsa, no tuve ni tiempo de discutir.

Y el resto del día se fue dando, como se dan los días cuando los hijos estan agotados y mal dormidos…

Ahora ya son las once de la mañana hora local, los niños como angelitos roncando y yo estoy agotada. Espero que mañana sea un día más generoso, para esta pobre madre (osea yo), que lo único que hizo fue nuevamente "idealizar" un viaje a Barcelona, con sus retoños, y en su sueño no contempló lo horrible que es viajar con los niños en avión, especialmente en un vuelo nocturno y transatlántico.

Y eso que me falta el regreso…

Imagen via contraption/flickr