"Las acciones valen más que mil palabras"*… No le prestaba mucha atención a esta frase hasta ahora que soy madre. Somos como héroes para nuestros hijos; lo sé por cómo Andrea me escucha y cómo Santiago me mira. Lo interesante de todo esto es que por esa misma admiración que nos tienen, nos miran contantemente e imitan lo que hacemos.
Recuerdo cuando estaba embarazada de Santiago. Me gustaba sentarme en el patio con un vaso de leche y leer el periódico. Un día cuando llego de la cita médica veo a Andrea, de cuatro años en aquel entonces, en el patio con su vasito de leche "leyendo" su libro de colorear. Debo admitir que aunque me encantó verla y me hizo reír; sentí un pequeño balde de agua fría porque fue en ese momento que me di cuenta de que tengo ojitos mirándome en TODO momento. Es decir, mis hijos me imitarán lo bueno y lo… no tan bueno.
Todos tenemos una palabrita mágica (quizás no muy apropiada) que decimos de forma innata cuando nos sucede algo que no esperábamos; por ejemplo, cuando nos quemamos en la cocina. Esta palabra la dices sin pensar, en voz baja y muy rapidito; casi que mentalmente. Sin embargo, un día jugando a la cocinita, Andrea me sirvió una taza de té y supuestamente se quemó con el agua, cuando de repente… escuché mi palabra mágica. Traté de no reaccionar y de forma muy sublime la corregí diciendo una palabra muy parecida "oh, lo que quieres decir es…" palabra que ahora uso intencionalmente.
O por ejemplo, le tengo pavor a los lagartijos… pero no me daba cuenta de mi reacción cada vez que tenía uno cerca… hasta que un día en el parque Santiago, de dos años, comenzó a gritar cuando vio uno. Debo admitir que después de esto hasta los he cargado en la mano.
En ambas ocasiones, escuchar mi palabra mágica y ver a Santiago gritar por un lagartijo, sentí no tan sólo un balde de agua fría sino helada… ¡qué vergüenza!
¿Alguna vez tus hijos te han hecho pasar una pena por algo que aprendieron de ti?
Imagen vía Christina Ann VanMeter/flickr