No tengo nada en contra de las Barbies. Siempre me gustó jugar con muñecas y como soy mamá de varones pues ¡añoro la vida en rosa! Tampoco tengo nada en contra de la cirugía plástica, ni el Botox, ni las dietas ni los gimnasios, entre otras cosas porque soy pro todo lo que nos haga ver mejor y más jóvenes. Pero últimamente, me he puesto a reflexionar y con esto que encontré hoy, me estoy cuestionando a mí misma.
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Como te decía, me ha dado por pensar que a todos se nos está yendo la mano. A la industria de la publicidad que nos vende mujeres que no son como nosotras, porque más parecen unas Barbies que otra cosa. A la industria del entretenimiento que nos acostumbra a mujeres más que ideales, imposibles, que parecen sacadas de una caja de Mattel. A los cirujanos plásticos que parecen creadores de una raza de mujeres de busto voluminoso, vientre plano, labios hinchados, cejas arqueadas y frentes inmóviles.
Por supuesto a las primeras que se nos va la mano es a nosotras mismas por no aceptarnos y querernos como somos y empeñarnos en parecer… ¡una Barbie! Ojo que no me culpo ni te culpo. La presión es muy fuerte. El bombardeo es atómico. Pero creo que nuestras vidas serían más fáciles y felices si nos aceptáramos como somos, chaparritas algunas, con una talla arriba y otra talla abajo, otras; con los cabellos rizados sin control unas y con cuatro mechas en la cabeza otras, con uñas quebradizas, pecas, canas, con la panza gordita y con estrías que nos deja la maternidad, con los pechos no tan firmes después de haber amamantado.
Fíjate por ejemplo en el trabajo fotográfico de Sheila Pree Bright que motivó mi reflexión. Lo hizo con mujeres de piel morena, pero vale para cualquiera de nosotras. Todas sabemos como luce una Barbie que es modelada a partir de una mujer ideal que no llega a los 20 años. Cuando magistralmente se yuxtaponen las imágenes de mujeres reales, la imagen es conmovedora. No cambio una Barbie por una mujer de verdad.
No importa que no tengamos los dientes inmaculadamente blancos y perfectamente alineados. No importa que nuestros ojos no sean azules como el cielo o verdes como las esmeraldas. No importa que seamos asimétricas. No importa que tengamos arrugas. Ni que tengamos un seno más grande que otro.
Cuando aprendamos a querernos y aceptarnos como somos, cuando gustemos más de nosotras mismas, seremos mejores personas y mujeres más felices.
Imagen vía Sheila Pree Bright