Cada mes conciliamos la cuenta bancaria, una vez al año hacemos un inventario de lo que le debemos pagar al fisco, cada cierto tiempo analizamos nuestros rostros y descubrimos que llegó la hora de un nuevo peeling, una limpieza facial o hasta uno que otro tratamiento de colágeno o bótox. Entre inventarios económicos y estéticos, se va olvidando un estudio mucho más importante: el de nuestro yo interior.
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¿Cuánto hemos progresado espiritualmente? ¿Controlamos ahora mejor la ira que antes? ¿Hemos dominado el arte de ser pacientes? ¿Evitamos hablar mal de otros? ¡Hay tantos campos en los que podemos mejorar! Pero para hacerlo, tenemos que vernos frente al espejo amplio y claro de nuestra conciencia. Allí, sin cirugías plásticas ni excusas, nuestro yo interno queda revelado. Es preciso que esté así: indefenso, para que comencemos a rejuvenecerlo. Hoy es un buen día para eso. Utilicemos unos minutos para hacer nuestro inventario interno.
El proceso no es fácil. Si es intenso y realmente honesto, puede incluso resultar doloroso. Pero, ¿quién no recuerda el sabor amargo de descubrir en nuestros rostros la primer mancha de sol o la primera arruga? Con la misma preocupación con la que procuramos tratamientos para detener las marcas del tiempo en nuestros cuerpos debemos buscar (y encontrar) la oportunidad para renovarnos a nosotros mismos por dentro.
A nadie le gusta reconocer desaciertos, pero bien podemos preguntarle a un amigo sincero, cuáles cree que son nuestros puntos débiles, que numere nuestros principales defectos. Sólo así podremos hacerle un lifting también al alma. Quizás, con un poco de tino, aprendamos a tomar las cosas olímpicamente ¡y hasta aprendamos a reírnos de nosotros mismos! Pero eso sí: siempre, siempre, con la intención de mejorarnos.
Embellecernos por dentro debería ser mucho más importante que acicalar la apariencia externa. Después de todo, la belleza interior no sólo es más duradera… ¡es más barata!
Me encantan estos versos de Mario Benedetti, del poema"Pausa"…
De vez en cuando hay que hacer una pausa
Contemplarse a sí mismo sin la fricción cotidiana
Examinar el pasado
Rubro por rubro
Etapa por etapa
Baldosa por baldosa
Y no llorarse las mentiras
Sino cantarse las verdades
Imagen vía Thinkstock