No pasa un solo día que no pienso en mis abuelos. Aquí, en mi oficina, mientras escribo estas líneas estoy viendo una foto en la cual tengo cinco años y estoy sentado entre Don Alberto (mi abuelo paterno) y Don Ricardo (mi abuelo materno). Por por eso me llamo Alberto Ricardo. También recuerdo muchísimo a mis abuelitas, Doña Aurora y Doña Emma. Los cuatro vivieron más de 80 años y pude disfrutarlos y aprender mucho de ellos.
Mientras más y más pasan los años, me doy cuenta de que de los abuelos aprendemos lecciones que nunca se olvidan. Las vivencias chistosas y las más serias se impregnan en la memoria de tal forma que es difícil olvidar la riqueza que uno recibe de los abuelos. Son personas que nos expresan un amor desinteresado y con su experiencia vienen a llenar nuestra vida con una dosis especial de sabiduría y lecciones prácticas que nunca olvidamos.
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Recuerdo a mi abuelo Ricardo, siempre caballeroso y con una sonrisa de oído a oído. También recuerdo los chistes de mi abuelo Alberto y cómo se incomodaba mi abuela Emma cuando ella los consideraba muy fuertes para sus nietos. Recuerdo la comida y el flan de mi abuela Aurora que eran una verdadera delicia. Y eso es sólo por arribita… Las lecciones y el impacto real de los abuelos son algo mucho más profundo.
Ahora, cada vez que veo a mis hijitos pequeños con sus abuelitas, trato de imaginarme en lo que ellos estarán pensando y aprendiendo. Estoy seguro que ellos tampoco lo olvidarán. Y espero que nunca lo olviden.
Si tienes hijos, no olvides la importancia de la interacción que puedan tener con sus abuelitos y con otras personas mayores. Eso nos humaniza a todos y nos enseña a valorar ciertas cosas que son imprescindibles y que no tienen precio. Las lecciones de los abuelitos –los biológicos y los que adoptamos en el camino– tienen un gran valor.
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