El día que diagnosticaron a mi hijo, Michael, como profundamente sordo fue el día que descubrí el significado real de lo que es ser madre. Creo que nada–y eso que he pasado muchos malos ratos en mi vida–me impactó y dolió tanto como ese momento. Fue un miércoles hace más de 14 años atrás. El lunes había salido el anuncio de que me habían promovido a un importante cargo dentro de mi compañía. Recuerdo la noche que me dijeron que mi niño era sordo. Le rogué al Señor que me lo quitara todo–mi casa, mi promoción y todo los logros materiales que había conseguido gracias a mi éxito profesional-. Me sentía culpable de haberme enfocado tanto en mi carrera ¡y no en lo que realmente vale en nuestras vidas!
Desde ese momento, y por más de un año, apagué la música y todo lo que me hacía feliz. Las noches me dormía llorando, pensando en cómo serían las noches para mi hijo en silencio y la oscuridad. Creo que yo me "castigaba" y condenaba a no ser feliz porque pensaba que él no lo era.
Yo nunca había conocido a un niño sordo. Nunca habíamos tenido un niño que no fuera "normal" en nuestra familia. Inmediatamente me sentí incapaz de relacionarme a alguien que fuera de un mundo tan diferente al mío. "Si no puede comunicarse, que es lo básico, ¿cómo va poder ir a la escuela? Nunca podrá graduarse, hablar español, escuchar música", pensaba yo. Uno inmediatamente cambia y baja las expectativas.
Mucho me ayudó una historia que se trata de una familia que por años planeaba un viaje a Italia. Por meses se prepararon–compraron guías, aprendieron a hablar el idioma y cada día visualizaban lo que sería ese viaje. Todos sus planes por muchos años revolvían alrededor de este viaje programado a Italia. El día llega y tienen todo listo, ¡todo listo! Después de varias horas de viaje la azafata dice: "¡Bienvenidos a Holanda!" "¿Cómo que a Holanda?", contesta la familia. "¡¿No estamos en Italia?! Pero nosotros tenemos todo preparado para Italia. ¿Qué hacemos?" Todo cambió y nada se pudo hacer para cambiar el curso de ese avión y del viaje. Aterrizaron en Holanda y debieron quedarse ahí. Tuvieron que adaptar sus planes, el itinerario y aprender un nuevo lenguaje. Holanda fue muy diferente a Italia -el lugar, la gente, el panorama- pero también fue una experiencia maravillosa y aprendieron mucho. La experiencia de ser madre de Michael ha sido como el viaje de esa familia: impredescible y nuevo, pero lleno de satisfacciones y muchas sorpresas gratas.
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Michael ahora tiene 14 años. Tiene un implante coclear que lo ayuda a escuchar, aunque no escucha como una persona oyente. Va a una escuela regular y sobresale en sus clases. Mi hijo es inteligente, sensible y una de las personas más positivas que he conocido en mi vida. Él es la luz de mi vida y la de mi familia.
Nuestra familia siempre lo ha tratado como a un niño regular y nunca bajamos nuestras expectativas, sólo las modificamos. Él nos ha enseñado mucho sobre lo que realmente vale en esta vida y que con educación y persistencia todo se puede conseguir. No importa si es sordera, diabetes, autismo… lo más importante es aprender lo que más puedas sobre lo que aflije a tu hijo o hija y saber cómo darle los mejores tratamientos y soluciones para que tenga éxito en la vida. Le agradezcco a Dios que hemos tenido la oportunidad de darle los mejores tratamientos para poder superarse y también agradezco el vivir en un país donde amigos, familiares y desconocidos lo ven como un niño especial, capaz de lograr lo que se propone y no como un outcast.
¿Tienes un niño con necesidades especiales? ¿Cómo ha sido tu experiencia como mamá? Cuéntame en el recuadro de Comentarios aquí abajo…