
Esta mañana le comenté a mi hija de 6 años que el próximo fin de semana abrirán la piscina pública de nuestro vecindario. ¡La loca se puso a chillar de la alegría! Y es que ha sido un largo invierno por acá y a la primavera casi no la hemos visto, así que todos morimos de ganas de estar al aire libre y disfrutar del agua y del sol.
Pero unas horas después, cuando me enteré que un nuevo estudio del Centro para el Control y Prevención de Enfermedades reveló que encontró rastros de materia fecal en la mitad de las piscinas públicas, me dio tanto asco que se me quitaron las ganas de meterme nunca más.
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Y ni hablar del asco que me da por mis hijos, especialmente el más chiquito a quien le he explicado más de 100 veces que cierre la boca y no tome el agua de la alberca por nada del mundo.
Pero la pregunta es, ¿de dónde vienen esos rastros de caca? Pues según los investigadores podrían ser dos cosas: gente que se hace popó en la piscina o materia fecal que se desprende de los cuerpos de las personas al entrar al agua.
¡Qué asco! ¿A quién se le ocurriría ir al baño en una piscina pública? Simplemente no entiendo. ¿Acaso no les preocupa que otros se den cuenta y le hagan pasar tremenda vergüenza? Me imagino que en algunos casos se trata de bebés que todavía están en pañales y sus padres no usan los que son adecuados para la piscina.
Además de enseñarle a tus hijos que la piscina no es sinónimo de baño, también acostúmbralos a ducharse antes de entrar al agua, cosa que muy pocas personas hacemos. ¡Ah! Y repíteles 100 veces si es necesario que no se traguen el agua de la piscina.
Imagen vía t_a_i_s/flickr