Mea culpa: confesiones de una ex ‘bully’

Ahora que el bullying vuelve a dominar los titulares en EE.UU., pensé que sería una buena idea confesar que yo, algún día, fui bully y me encargué de hacerle la vida de cuadritos a más de un compañerito, en el kínder y después en la primaria. Claro que hay de bullies a bullies. En mi época nadie llegaba armado a las escuelas y como no había ni teléfonos inteligentes, ni Internet, nuestras víctimas sufrían un tipo de hostigamiento un poco más light o por lo menos uno que no atentaba contra su vida misma.

¿Por ejemplo? Yo siempre fui muy mandona, así que me gustaba que mis amiguitos marcharan bajo mis órdenes e hicieran todo lo que yo les pedía. ¡Lo peor era que me obedecían! Tan pronto llegaba el lunes a la escuela, le asignaba tareas específicas a cada uno; y ellos, muy obedientes, las cumplían al pie de la letra. A algunos les tocaba mecerme en los columpios o en el trapecio de la escuela; otros tenían que hacer por mí la cola en la tiendita de la escuela (yo no iba a perder yo mi tiempo en esas nimiedades ¿o sí?)

A mi pobre hermana (que además era mayor) la hostigaba poniéndole todo tipo de condiciones para aceptar jugar con ella. Era ella la que tenía que sacar -e inflar- todos los muebles de la Barbie; llenar la piscina, acomodar la ropita y poner todo otra vez en su lugar tan pronto yo me aburriera (lo que ocurría bastante pronto). Una amiga mía del kínder con la que aún tengo contacto me recordó hace poco que un día la "castigué" pidiéndole al resto del salón que le aplicara la ley del hielo: nadie hablaría con ella hasta que yo diera la orden.

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Y pobre de aquél que se dignara a silbar o cantar una canción sin mi consentimiento: "Esa es MI canción! Y sólo YO la puedo cantar!" les decía.

 ¿En qué estaba yo pensando? La verdad no lo sé, ni creo que lo sabré nunca, pero sí recuerdo muy bien un día cuando uno de mis compañeritos sacó valor de no sé dónde y me dijo que no tenía por qué seguir haciendo mis mandados. Se dio la vuelta y se fue. Fue entonces cuando dejé de ser una bully (aunque a veces mi novio opine lo contrario).

No cabe duda que mi abuela tenía razón: "El valiente vive hasta que el cobarde quiere". O, como diríamos en estos tiempos modernos, aunque no rime tan bien: "El bully vive hasta que la víctima del bully quiere".