Hoy se cumplen 12 años de los ataques terroristas del 11 de septiembre a las Torres Gemelas del World Trade Center. Cada año es una sorpresa cuan fresco es el dolor. Cada año también me sorprende de los 180 grados que dio mi vida desde aquella terrible mañana, en gran parte, producto de las lecciones que aprendí a raíz de la tragedia. No soy tan generosa como para dar gracias por lo que pasó. Ni para pensar que no hay mal que por bien no venga. Pero no se puede negar que para para los que vivíamos en Nueva York en esa época, nuestra vida se dividió en un antes y un después. Me he esforzado para que mi después valga la pena.
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Sí, la vida continua y continuará. En Nueva York como en cualquier parte. Es importante seguir adelante. No dejarse atrapar por la tragedia. Algunos no lo han logrado. Otros se paralizan con la cercanía de la fecha. Yo, este año, por primera vez, he decidido no ver por televisión las conmemoraciones. Llega un punto en que, al menos para mí, amenazan con convertirse en un rito masoquista. Para poder acostumbrarse a vivir con estos huecos en el alma hay que llenarlos de luz, tal como lo han hecho en Manhattan cada año.
Pero no quiero dejar pasar el día sin mirar lo que saqué de ese acto tan sin sentido. Sobre todo este año, que amanecemos rodeados de dudas sobre si estaremos alborotando otro panal de avispas con la intención de atacar a Siria. Hay que mantener el miedo a raya a punta de reflexión y minando la vida por pepitas de sabuduría.
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